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EFE
Un futuro inevitable
Sin rodeos

Un futuro inevitable

La industria del cine se ve amenazada por un nuevo programa de IA capaz de generar vídeos a la carta

Domingo, 17 de marzo 2024, 01:51

Hollywood no gana para sustos. Cuando la taquilla global se había recuperado, cuando la huelga era ya solo un recuerdo o cuando los Oscar habían dejado una sensación positiva, de repente aparece Sora y el miedo y la incertidumbre resurgen como nuevos jinetes del Apocalipsis. ¿Sora? Pues sí, Sora, el programa de la Inteligencia Artificial generativa creado por Open AI, la misma empresa de Chat GPT, que concibe vídeos a partir de textos, es decir, que puede recrear en vídeo lo que el usuario le ha solicitado con un texto.

Sora es un modelo entrenado con una enorme biblioteca de vídeos, de forma que sabe reconocer movimientos, descripciones y cualquier cosa que se le solicite, incluidos tipos de personas, de vestimenta, de accesorios o de efectos visuales, reflejando incluso el detalle del interior o el exterior en el que se desenvuelve la acción. Por el momento Sora solo es capaz de crear vídeos de unos pocos minutos, aunque su enorme potencial aterroriza en Hollywood por el efecto negativo que tendría sobre el empleo en la industria del cine. El problema es el de siempre: por un lado, este tipo de avances presagian un enorme ahorro en los costes de producción y una extraordinaria calidad en la factura de cualquier película.

Por otro, a nadie se le oculta que su generalización haría innecesarios o inútiles muchos puestos de trabajo, especialmente en el cine de animación. ¿Qué hacer entonces? ¿Ponemos puertas al campo de la innovación tecnológica para proteger el empleo? ¿Acompasamos la introducción de la IA generativa en el cine con un cambio en la estructura laboral de su industria?

La respuesta a corto plazo no es fácil y encima la regulación se desborda con el avance vertiginoso de la IA. Por supuesto que debe protegerse la propiedad intelectual, evitando que el entrenamiento de los sistemas vulnere los derechos de autor. Pero, más allá de eso, ni en el cine ni en ningún otro sector se debería considerar a la IA como un nuevo monstruo del capitalismo. Porque el futuro se puede prever, anticipando algunas consecuencias, pero siempre es inevitable.

Teatro

Grandísima Espert

Grandísima Núria Espert, sobresaliente declamando o interpretando, versátil en el drama y la comedia, múltiple en cualquier registro, en cualquier personaje, en cualquier presencia escénica, representando, dirigiendo o gestionando. Sí, la Espert es todo el teatro: los géneros, las formas mayores y menores, el monólogo, el diálogo, la farsa, lo clásico, lo contemporáneo, lo vanguardista… El Max de Honor que le acaba de conceder la fundación SGAE es el homenaje a una vida teatral que ha dejado en la memoria colectiva la obstinación irracional y trágica de Yerma, la inteligencia y la premeditación de Medea, la marchita resignación provinciana de Doña Rosita, la lucha de clases reflejada por Genet, la soledad de María Callas en una Master Class de la Juilliard o la fuerza temperamental de Martha en su inolvidable '¿Quién teme a Virginia Woolf?'. Grandísima Espert, insisto.

Subastas

Mitomanía pasional

'Layla' no es una canción más del rock, sino la narrativa musical, emocional, de aquél triángulo apasionado que tuvo en sus vértices a los músicos George Harrison y Eric Clapton y a Pattie Boyd, la modelo estrella del 'Swinging London' y amante y esposa de los dos anteriores. Esta semana Christie's Londres ha iniciado la subasta de la colección de Pattie Boyd, en la que se incluyen joyas, fotografías, objetos personales, vestidos, dibujos y sobre todo las cartas que testimonian aquel triángulo amoroso.

Boyd conoció a Harrison en el rodaje de la película '¡Qué noche la de aquel día!'. Se casaron en 1966 y se divorciaron en 1977. Clapton era amigo de ambos y asiduo de su casa en Surrey. 'Layla' -así es como llamaba Clapton a Pattie Boyd- fue compuesta en 1970, nueve años antes de que aquél se casara con la modelo. «Me tienes de rodillas, dime que todo mi amor es en vano», reza una estrofa de la canción. En una de las cartas de la subasta, Eric Clapton es aún más explícito: «Quiero preguntarte si todavía amas a tu marido». Pues eso, pasión desbordada y material de oro para los mitómanos.

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