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Contaba Luis Mateo Díez en mayo durante una comida el consejo que le había dado Cela. Hablábamos de sus indudables méritos para ganar el Cervantes y, preguntado si tenía la esperanza de ser distinguido este año, simplemente recordó con una sonrisa la misma recomendación que ... le dio a él y al entonces heredero de la Corona española cuando aquel recogió en Oviedo el Príncipe de Asturias de las Letras en el 87: «Luis, aguante que en España el que resiste gana».
Y ha ganado por su larga resistencia literaria, por una obra asentada en el lenguaje, la imaginación y la memoria critica de la vida provinciana, todo ello con una mirada profunda al ser humano y con una dimensión que transforma lo cercano en universal. Verdaderamente su obra en prosa es tan testimonial como emocional, tan cervantina como experimental, tan realista como surrealista y expresionista o tan cercana a un mundo literario propio como vecina de fabulaciones irreales y misteriosas, muchas veces plagadas de humorismos y ópticas deformadoras. Es el viejo y mejor gusto de contar historias con una multiplicidad de voces, a veces deudoras de la tradición oral, con tramas autónomas y parábolas de validez universal.
Hijo de su tiempo, de la España que creció en el franquismo, su obra no está exenta de un aliento ético, casi como un reflejo natural que también convierte su novelística en testimonio crítico de unos tiempos oscuros, aunque en el fundamento de su literatura no está ni mucho menos la denuncia, sino únicamente la pasión resistente y permanente por ese viejo y mejor arte narrativo que ahora, este año, le ha valido el Cervantes.
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