El coñazo del canon moralista

Es decir, siempre será más digerible que alguien decida prologar a Hergé o a Roald Dahl para que el lector sitúe el nefando paternalismo colonial de los blancos o los peligros que para la obesidad pueden derivar de la lectura de 'Charlie y la fábrica de chocolate', que aceptar un revisionismo que nos acabe transformando a Blancanieves en feminista empoderada, al Lobo Feroz en un sátiro y acosador o al pobre Dumbo en la víctima propiciatoria de una maquinaria capitalista. Lo digo, claro, porque a falta de educación y cultura, de lecturas, de comprensión de la historia o de una mente abierta que entienda las transformaciones sociales, casi es mejor la solución del prólogo explicativo.

Eso sí, mucho me temo que la aceptación de estas aclaraciones contextuales obligaría no solo a prefaciar moralmente una infinidad de obras de la literatura universal, sino también a incluir el correspondiente 'disclaimer' en muchas escenas del cine, ya sea para informar que 'Fatty' Arbuckle fue un crápula, que la bofetada de Glenn Ford a Rita Hayworth fue violencia de género, aunque de cartón piedra; o que la sangre en 'Pulp Fiction' no era sino kétchup, por muy aborrecible que fuese la violencia. En fin, que todo esto del revisionismo y el canon moralista con sus propuestas radicales o sus soluciones templadas no es otra cosa que un coñazo y, sobre todo, un dirigismo que presume la estulticia del lector , que le impide juzgar por sí mismo o que en nada le estimula para que tenga su propio criterio.

La mejor simbología de la industria del cine está en esas nueve letras de la palabra 'Hollywood', rotuladas en el gigantesco letrero del Monte Lee en Los Angeles. Un icono del poder industrial que ahora cumple 100 años con iluminación celebratoria y vigencia publicitaria. Pero, ¿sigue siendo Hollywood la meca del cine? Sin duda: seis de los grandes estudios de Hollywood todavía copan casi el 60% de los ingresos de la taquilla global del cine. Eso sí, Hollywood no desconoce la importancia clave de los mercados mundiales -Asia, Europa y Latinoamérica-, con lo cual practica una descentralización creativa y temática que permite el crecimiento global de la industria. Pero el control de la forma en la que se hace y se consume el cine continúa siendo el más claro activo del capitalismo de Hollywood, cuya mejor simbología es precisamente el cartel publicitario del Monte Lee.

La Inteligencia Artificial (IA) sigue siendo una materia que por igual inspira y preocupa en el ámbito de la creación cultural. Lo primero se va a demostrar de nuevo en el Festival de Sundance, la cuna del mejor cine indie, donde no solo se va a presentar una película generativa sobre la carrera musical de Brian Eno, es decir, una cinta que ofrece una versión diferente cada vez que se proyecta, realizando ensamblajes a partir de cientos de posibles escenas; sino también algunos documentales sobre personas que quieren utilizar la IA para comunicarse con sus seres queridos después de la muerte. Naturalmente, la temática inspirativa de la IA no oculta la preocupación por los modelos entrenados con gran cantidad de datos que podrían afectar a los derechos fundamentales. ¿Será capaz de atajar estas preocupaciones el nuevo marco regulatorio de la UE? ¿Acabará cargándose el control legal las enormes posibilidades creativas de la IA? ¿Irá esta regulación al compás de la evolución tecnológica? Muchas preguntas, pero escasas respuestas.