Buenas o malas películas

Por poner un ejemplo, se habla de una nueva versión de 'Vértigo', la gran obra maestra de Hitchcock y una de las mejores películas de la historia del cine, algo que ha dejado muy inquietos a los cinéfilos. Pensando en ello con una cierta objetividad, hay razones en favor de esta fiebre reedificadora. Primero, porque en el universo del cine no hay casi nada original, sino más bien ideas o inspiraciones tomadas de una pluralidad de fuentes. Además, si en la ópera o en el teatro nadie se opone a la lógica de que se estrenen constantemente nuevas versiones de 'Aida', 'Carmen' o 'Hamlet', no veo por qué en el cine la nueva adaptación de una buena o una mala película se recibe antes de su estreno con una indisimulada desconfianza por parte de la crítica.

Cierto que en muchos casos los 'remakes' se demuestran peores que sus precedentes. Sin ir más lejos, es fácil concluir que la réplica de 'Blade Runner' no tenía la magia de la original o que en 'Wall Street' su trasfondo no podía ser el mismo más de veinte años después. John Huston solo veía la necesidad de hacer 'remakes' de las malas películas. Él mismo se aplicó el cuento mejorando con innegable éxito 'El halcón maltés' tras dos versiones previas francamente malas.

Por contra, también hay algunos excelentes 'remakes' de películas no tan malas realizados por directores como Spielberg, Scorsese, los Coen o Jonathan Demme. Por ello, y ante un debate de empate infinito, quizás haya que aceptar los 'remakes'. Pues seguramente, pero a la postre lo único que queda en el imaginario de cada uno son los retazos, los planos, las escenas y los diálogos de una película inolvidable. Es decir, más que originales o 'remakes' lo que hay son buenas o malas películas.

La pompa posmoderna de la coronación británica jugó ayer de forma esplendorosa con la historia, con un pasivo arrogante que ahora se acompasa con atrición al populismo, con la inmutabilidad protocolaria como estética del vestigio histórico, con el recuerdo de las operetas vetustas de atrezzo inolvidable, con la difícil supervivencia del selecto vademécum del Gotha o con la marcialidad disciplinada como reliquia del viejo orden. Pero, naturalmente, lo mejor fueron los colores y la visualidad del gran espectáculo de la cultura popular, ahora construido con el mecano de las redes sociales, la televisión y el merchandising, llenando los cines con retransmisiones en directo, entrada gratuita, imágenes en Imax y brindis con el mojito Windsor o el Spritz Sandringham. Casi tres horas de fantasía retransmitida. Mucho mejor la coronación, sí, que cualquier película de superhéroes de Marvel. Pura cultura pop.

Unas veces son grabaciones pretendidamente inéditas, otras imágenes hasta ahora desconocidas y algunas más biografías publicitadas con sabrosas revelaciones. Las defunciones de los grandes del 'showbizz' suelen ser el preludio de un aprovechamiento comercial 'mortis causa'. Naturalmente, si el finado pasó a mejor vida en edad temprana y bajo trágicas circunstancias, entonces el negocio es aún más pingüe. Es el caso de la formidable Amy Winehouse, cuya triste desaparición también sigue rentabilizándose con documentales y biografías. Ahora, la familia anuncia para agosto un nuevo libro que incluirá fotos personales y el diario escrito a mano por la cantante, con las letras de sus canciones. Al menos, en esta ocasión se promete destinar los beneficios a una fundación. Loable decisión, de no ser porque ya es el segundo proyecto editorial que acomete la familia y también porque el biopic sobre la cantante está en producción. En el rock o en el pop, la muerte es a veces el inicio de un negocio muy rentable.