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Sin duda el año ha sido exitoso para el Guggenheim, tanto en términos expositivos y artísticos como en lo que se refiere al número de ... visitantes y a los resultados económicos. Es decir, no solo el flujo de visitantes refleja un eficiente aprovechamiento del tirón turístico -programando cronológicamente con indudable acierto-, sino que además la calidad en la programación ha sido evidente y encima los resultados económicos que de todo ello derivan son óptimos, tal y como igualmente lo reafirma el alto nivel de autofinanciación logrado. Igualmente positiva ha sido, en otro orden de cosas, la incorporación de dos piezas a la colección propia -de Lynette Yiadom-Boakye y de Yayoi Kusama-, ambas creadoras de plena actualidad y con obra abundante en exposiciones y colecciones públicas y privadas. Naturalmente, este excelente tono con el que se va a cerrar el presente año no garantiza su repetición en el próximo ejercicio, por mucho que los mimbres de la gestión y la ya larga experiencia acumulada por los responsables del museo supongan un cierto y sólido aval. Lo digo por el incierto panorama económico del año entrante y por su eventual efecto en el flujo turístico, algo fundamental para el número de visitantes, en el que igualmente juega el estímulo de la programación. Sobre ésta última, digamos que el Museo Guggenheim se suma a la corriente en boga de atender las cuestiones de género, la creación fuera del canon occidental, las nuevas tecnologías y la sostenibilidad, todo lo cual tiene su sentido y su evidente calidad, aunque su atractivo comercial sea otra cosa distinta. Finalmente, no se sabe si en el nuevo Plan Estratégico 2024-2025 sigue incluida la llamada «expansión discontinua» -el proyecto de Urdaibai-, todavía un arcano para el ejecutivo vasco, al menos hasta después de las elecciones autonómicas.

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