Las escenas de sexo en las películas se han convertido por igual en un fenómeno declinante, en una costumbre muy mal vista y hasta en una expresión tan monitorizada como limitada y artificiosa. Culpa de los tiempos, es decir, de los excesos y los abusos de antaño, del #MeToo y del feminismo, del neopuritanismo o incluso de un estricto y excesivo revisionismo que ahora exige una milimétrica relación entre el guion y su desarrollo, y entre el sexo y su escena. «Solo me desnudo por necesidades de guion». Lo decían aquellas heroicas actrices del cine español del destape, del despelote tras el final de la censura franquista, aunque ese desarrope y su posterior carnalidad fueran la habitualidad de un recurso comercial tan rentable como ajeno a la trama del guion. Pues sí, pero de esa demasía hemos pasado a una carencia en el cine que tampoco concuerda con la naturalidad y la asiduidad del sexo entre las generaciones X y Z o entre los 'millenials' de pasión automática y gatillo fácil. Curioso contraste, ya lo digo, entre la vivencia contemporánea de la sexualidad y su declinante reflejo en el cine. La misma disparidad revelada en un riguroso informe elaborado por 'The Economist' según el cual se ha producido una caída del 40% en el contenido sexual de las películas durante las dos últimas décadas. Nada sorprendente cuando además casi el 50% de las cintas estrenadas entre 2019 y 2023 carecían de contenido sexual. El cine siempre ha sido un arte, pero también un permanente reflejo de su sociedad, un fenómeno sociológico con sus mutaciones y sus interpretaciones. Bien, pero es que ahora el sexo en las películas no está en proporción con su realidad social. Más aún, las menguantes escenas de sexo en el cine son ahora como una coreografía de cartón piedra anticipada y vigilada en los rodajes por unos llamados 'coordinadores de intimidad', no vaya a ser que nadie se sienta incómodo con las repentinas pulsiones del 'partenaire'. Malo, en fin, que este cine también se acomode al gusto 'woke', diciendo con ello adiós al sexo evidente, libre e inteligente.

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Museos

La torpeza del sobrecoste

Que la remodelación de un museo público experimente un sobrecoste del 40% en unos trabajos iniciados hace tan solo año y medio denota o bien una impericia absoluta en los cálculos previos del proyecto, o bien una ineptitud integral en la ejecución de las obras. Pues bien, por una razón o por otra, esto es lo que ha sucedido con la ambiciosa remodelación del Museo Vasco-Euskal Museoa de Bilbao, cuyo coste pasará de los 15 millones de euros inicialmente presupuestados a los 21 que se han anunciado esta misma semana en el Consistorio bilbaíno. Para más inri, también se producirá un retraso de un año en la conclusión de las obras. Como siempre, las alusiones a los imprevistos son la cantinela que desfigura la torpeza. ¿Qué habría pasado si año y medio después de iniciadas las obras del Museo Guggenheim se hubiera anunciado un sobrecoste del 40%? Pues que se hubiera armado la de Troya, claro.

Inteligencia artificial

Doble moral

El doble rasero o la doble moral es una de las contradicciones favoritas de nuestra apasionante contemporaneidad. Véase estos días el éxito comercial en Cannes de ese 'deepfake' en forma de biopic sobre Putin, vendido en 50 países con la etiqueta de 'thriller' político y retrato psicológico del autócrata y zar ruso, cuya producción no es otra cosa que un ejemplo formidable de lo que hoy se puede hacer con la Inteligencia Artificial (IA) o con el mal uso de 20.000 imágenes de alta resolución. Putin es execrable y abominable, naturalmente, con lo cual no importa ni es censurable que la IA le invente un replicante al que se le endosa una oportuna narrativa y hasta una caricaturesca fisonomía. Tom Hanks concitó no hace mucho el respaldo unánime por su indignación ante un anuncio dental que reproducía su imagen sin permiso, lo mismo que la industria musical clamó en defensa de Bad Bunny cuando los algoritmos le imitaron la voz. Barra libre para la IA con Putin, en cambio, porque la doble moral permite los clones en unos casos, en otros a lo mejor y en los de más allá, ni de broma.

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