Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Nadie mejor que quienes conocieron de cerca a Eduardo Chillida para recordar una anécdota con la que definir el carácter del artista donostiarra, de cuya muerte se cumplen mañana veinte años. Seis personas que conocieron al escultor en las distancias cortas relatan un episodio del ... que fueron testigos o protagonistas.
«Cuando abrimos nuestra primera galería en 1994 éramos muy jóvenes y sin experiencia y no fuimos conscientes de que nos íbamos a encontrar con una crisis tremenda en el mercado del arte. Desesperados, a través del listín telefónico de entonces conseguimos el teléfono de Eduardo Chillida y llamamos a Intz Enea pidiendo ayuda. Eduardo se encontró con una galería joven con problemas y no lo dudó: nos dejó una escultura, 'Idea para un monumento', que llevamos a la feria de París, donde la vendimos y ahí cambió nuestra suerte. A él debemos lo que somos ahora», declara el responsable de la galería CarrerasMugica, situada en El Ensanche de Bilbao.
«Durante 20 años mantuve una colaboración profesional con Eduardo Chillida. En ese tiempo realizamos colaboraciones diversas. Por ejemplo, la rehabilitación del caserío Zabalaga y posteriormente la adecuación del terreno para la conformación del actual Chillida Leku. Fue sin duda el trabajo fundamental que se extendió a lo largo de muchos años. Además, con Zabalaga de fondo, diseñé y monté exposiciones de sus obras y realicé proyectos de adecuación de espacios urbanos para la instalación de sus esculturas. Nuestra colaboración fue siempre amigable y cómplice», evoca el arquitecto.
«Mientras en Zabalaga manteníamos una labor constante, precisa y delicada, compartimos numerosos viajes por Europa explorando espacios urbanos. Presencié cómo en Bonn (Alemania) y en Luxemburgo renunciaba a encargos por considerar que los espacios que le ofrecían, a pesar de su relevancia urbana, no tenían las características mínimas que él requería para incorporar sus trabajos. En ambos casos, la renuncia se produjo ante la presencia de altísimos representantes del Gobierno de las dos ciudades. Las renuncias se produjeron con total naturalidad y no le ocuparon un instante más», recuerda.
«Simultáneamente, en Zabalaga le vi entusiasmarse por la llegada de piedras en bruto que auguraban una buena adaptación a las viejas piedras del caserío y emocionarse ante propuestas que resolvían sencillamente complejas cuestiones».
Joaquín Montero se detiene en en las emociones: «Realmente, como en toda su obra, había siempre una combinación insólita de rigor y sensibilidad. Fue capaz de mantener su enorme inventiva y su exquisita sensibilidad en un orden general propio, riguroso e inquebrantable. Es quizás en esa actitud ante la creación donde se pueda encontrar una referencia a su admirado Juan Sebastián Bach».
Abel Araguzo, operario de la ferrería de Legazpi, le recuerda así: «Era muy campechano, muy cercano, con él se trabajaba muy bien. Era muy agradecido. Al principio nos solía dar propinas. Luego, cuando el equipo fue siendo mayor, tuvo que cortarlo. Él opinaba sobre cómo habría que llevar a cabo el trabajo, pero algunas veces técnicamente era complicado ejecutarlo tal y como él decía, y aceptaba hacerlo como nosotros decíamos. Era un trabajo que había que dominar. El material que utilizábamos era el RECO, y era muy delicado. Si te pasabas de las calorías, se podía agrietar o deformar. Si se quedaba demasiado frío, se podía romper. Era muy importante trabajar en equipo, trabajar en conjunto. Cuando lo calentábamos, había que actuar rápidamente y pillarle el punto».
«Durante muchos años he sido ayudante de Eduardo Chillida en su trabajo, en su taller. Como era costumbre, Eduardo solía darme pautas para comenzar alguna nueva obra y en una de estas ocasiones, tras bastante trabajo, me di cuenta de que me había equivocado completamente. Me preocupé muchísimo ya que no sabía cómo Eduardo iba a reaccionar y, cuando llegó y le expliqué que me había equivocado, que el trabajo estaba mal, él me miró y me dijo algo que no olvidaré jamás: 'Si yo me hubiera equivocado tan pocas veces como tú, mejor me iría. Tú estate tranquilo ya que las cosas pasan por algo, quién sabe si por este nuevo camino surge algo, de los errores se aprende mucho'. Este era Eduardo, siempre atento a lo que sucedía para seguir buscando lo que no sabía».
González de Durana, que fue director de la Sala Rekalde y del Artium, evoca así su figura: «En el otoño de 1996 una asociación cultural de Bilbao organizó dos jornadas sobre las relaciones entre el mundo de la empresa y el de la moda. Me invitaron a participar como historiador del arte. La clausura fue una disertación de Eduardo Chillida sobre Cristóbal Balenciaga, muy breve, no llegaría a los diez minutos, y habló con voz pausada, lentamente, como una oración. En conjunto no llegarían a treinta frases, tan sencillas y claras en su enunciación como profundas y complejas en el contenido. Sujeto, verbo y predicado. Diáfano, luminoso y poético. Habló de la línea y el corte, de la gravitación y el horizonte, de lo pesado y lo ligero, de la geometría descriptiva y del hábitat, de la simplicidad aparente y la complejidad recóndita, de la luz y el espacio, de la frágil dimensión del cuerpo humano y la escala profunda del arte.... Al acabar, me pregunté si había comentado la indumentaria creada por Balenciaga o si se estaba refiriendo a su propia escultura. Deduje que a las dos simultáneamente, por una suerte de estrecha identificación creativa. Con los años, aquella deducción se convirtió en certeza para mí: las mismas palabras e ideas sirven para ambos artistas».
«Mi relación inicial como fotógrafo se convirtió en amistad. Me acuerdo de una anécdota a raíz de un viaje que hicimos juntos. Volvíamos de Gernika, de supervisar y fotografiar la obra 'Gure aitaren etxea'. Eduardo conducía y, en un momento dado, nos tuvimos que parar a repostar. Eduardo echó mano instintivamente a un pequeño hueco junto al volante en el que Pili le solía dejar monedas para las personas que en los semáforos vendían pañuelos de papel. El caso es que, claro, aquellas monedas no eran suficientes para pagar la gasolina, y Eduardo no llevaba, como era su costumbre, la cartera encima. Se apuró y me pidió que por favor pagara el repostaje, que luego Pili me lo devolvería. Así lo hicimos. La gracia es que después, cada vez que me veía, Eduardo me preguntaba si Pili me había pagado la gasolina, y yo aprovechaba para tomarle el pelo cariñosamente: 'Qué va Eduardo! Todavía no. No puedo creer que con todo lo que trabajas no tengas dinero para pagarme la gasolina'. Él se apuraba muchísimo. Ni en broma quería tener una deuda pendiente».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Fallece un hombre tras caer al río con su tractor en un pueblo de Segovia
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.