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Las paredes de las calles de Nueva York le ofrecieron las primeras posibilidades de hacer visible su arte. En ellas colocó pósters con mensajes que recordaban a frases hechas, pero a las que había dado una vuelta abriéndolas a múltiples significados. Jenny Holzer ... empezó entonces una carrera artística que se ha prolongado durante más de cuatro décadas, los últimos años en la cúspide del arte mundial. Autora de 'Instalación para Bilbao', los letreros luminosos en rojo cuyas palabras suben y bajan en la planta baja del Guggenheim, el museo acaba de presentar una retrospectiva, patrocinada por la Fundación BBVA, con el título de 'Lo indescriptible', título basado en la poeta polaca Anna Świrszczyńska y su escritura sobre los horrores de la guerra.
- Colocó uno de sus letreros luminosos en el área de reclamaciones de equipajes del aeropuerto de Las Vegas.¿Es el sitio más extraño en el que ha emplazado sus obras de arte o hay otros?
- Ummm...Podría ser. Hice un proyecto en Las Vegas que consistía en intervenir en los anuncios luminosos de la avenida principal, como en la entrada del hotel Ceasar's Palace. Me preguntaron si quería hacer algo en el aeropuerto y, sí, era un buen lugar, sobre todo el área de reclamaciones porque todo el mundo que acude allí va muy estresado. Puse una frase en el led que reforzaba ese estrés: «Incluso con los ojos cerrados puedes ver a alguien que está acercándose a ti». Te infunde temor, precaución. Es un sitio vigilado pero en el que te pueden pasar muchas cosas.
- Empezó colocando pósters con sus frases en las calles del Nueva York de los setenta.
- Me interesaba observar la reacción del público. Algunos se paraban y otros pasaban de largo. Si dos personas se detenían y hablaban entre ellas, se podía considerar un éxito. Y si alguien escribía sus propias cosas sobre los pósters, pues todavía mejor. Me acercaba a ellas para escuchar qué decían y copiaba lo habían escrito. Algunos aportaban o escribían comentarios muy sugerentes y otros se limitaban a anotar: «Mucha basura».
- ¿Usted qué pensaba?
- Me parecían mucho más interesantes sus reacciones que mis opiniones. Mis mensajes no tenían un contenido ideológico, de izquierda o derecha, sino que desestabilizaban esas categorías. Pretendían ser como una fotografía de las mentes de cientos de personas que piensan de maneras distintas. No había cumplido los treinta años y era ambiciosa. Aspiraba a poner sobre la mesa cuestiones importantes y a representar las distintas perspectivas que pueden convivir en las personas congregadas en un café o en una oficina, en un pueblo o en una ciudad. Era una forma de preguntarles: una vez leídas estas frases, ¿qué harías tú si tuvieras poder?
- ¿Era Nueva York el mejor sitio para ese experimento?
- En los setenta, seguro. Venía del Oeste Medio de Estados Unidos, un sitio maravilloso. Pero había muchos temas de las que no se hablaban ni en mi casa ni el pueblo en que crecí. Nueva York fue una liberación. Todo era mucho más abierto. Podías expresar tu opinión sobre cualquier cosa, sin tapujos, de una forma sincera. Para mí fue como un milagro.
- ¿Cómo llega a esas frases que se han convertido en su sello distintivo?
- Al principio, componía frases que sonaban como los clichés, aunque me las inventaba yo. Es la época de los 'Truismos', entre 1977 y 1979, del tipo «Morir por amor puede ser hermoso, pero también estúpido». Luego empecé a trabajar a inscribir los mensajes en mármol y me planteé tomar las palabras de poetas porque eran mejores que las mías y podían ofrecerme un contenido al que a mí me habría costado llegar. Luego fui también a investigar a los archivos y a nutrirme de ellos.
- ¿Cómo conciliaba esa preferencia por las palabras con su formación en Bellas Artes?
- Mi formación fue sobre todo en Humanidades y luego, cuando me convencí de que sería mejor artista que abogada, estudié un posgrado en Bellas Artes. Siempre les he agradecido mucho a mis padres que me dejaran estudiar ese tipo de carrera con unos contenidos muy amplios. No soy una experta en nada, pero sí sé algo de muchas cosas y eso me ha permitido poder escoger entre muchos temas. Fue lo mejor para mi carácter, muy curioso y ligeramente hiperactivo.
- De las paredes de Nueva York ha pasado al mármol, material clásico y solemne en el arte, y a las señales luminosas.
- Cuando no tenía muy claro si era una artista o una persona un poco pirada que pasea por la calle y lanza sus mensajes, los pósters eran lo más adecuado. Costaban poco y ponerlos por todos los lados ponían al límite de mi capacidad de resistencia. Lo hice durante años y aún lo sigo haciendo de vez en cuando. Luego me invitaron a poner las frases en el espacio electrónico de Times Square dedicado a la publicidad y la primera que puse fue «el abuso de poder no llega por sorpresa». Entonces pensé que las señales electrónicas eran muy interesantes. Tienes que adecuar los textos a ese medio porque no es lo mismo leerlos en papel que en un soporte de luces intermitentes. Y el mármol me remite a las placas conmemorativas, por ejemplo en edificios públicos, lo que te lleva a un tono, a un tipo de inscripciones. El aspecto físico de los materiales influye en el significado. El material es el mensaje.
- En los últimos años ha trabajado sobre la guerra, empezando por la Afganistán. Usted creció con la Guerra de Vietnam.
- Nací en 1950. Mi padre combatió en la Segunda Guerra Mundial. Esa guerra estuvo presente en mi infancia, no sólo a través de mi familia, sino también a través de la televisión. Daban un montón de documentales sobre ella con imágenes de las batallas. Me impresionaban, me producían terror. Los soldados exhaustos, lejos de sus casas: ¿Cómo y por qué sucedían esos hechos? En los sesenta, conocía a muchas personas que pensaban que Vietnam había sido una idea horrorosa, tremendamente cruel por la muerte de civiles que lo único que habían hecho es intentar vivir, como el resto de nosotros. Fue algo estúpido, tanto desde el punto de vista humano como del político. Todo aquello me hizo muy sensible respecto a otros conflictos, a su criminalidad.
- Es lo que refleja en su obra.
- La antigua Yugoslavia, Irak, Siria...El asesinato de una persona es abominable y el asesinato en masa es aún peor. Hemos perdido toda posibilidad de una mirada inocente al mundo.
- ¿Alguna relación con el título de su exposición, 'Lo indescriptible'?
- Procede de una poeta polaca, Anna Świrszczyńska, autora de 'Levantando la barricada'. Luchó con la Resistencia polaca antes de la caída de Varsovia en la Segunda Guerra Mundial. Vio la demolición de su ciudad, algo muy parecido a lo que ha ocurrido en Siria, los bombardeos, las matanzas de civiles. Tardó décadas en contarlo. Por muchas razones, para ella era algo indescriptible.
- ¿Cree que vamos para atrás?
- Es un momento propicio para preguntarse si los seres humanos somos un buen invento. Ojo, es una pregunta, no una respuesta, es decir, que dudo sobre ello. Pero digamos que ahora no somos un buen ejemplo de nada.
- Ha incluido dibujos y acuarelas en su exposición. Nunca lo había hecho.
-¡Dibujo desde que tengo cinco años! No, no lo había expuesto nunca. Siempre quise ser pintora aunque mi carrera diga lo contrario. Lo digo en serio. Luego, por razones que desconozco y que sólo un psicoanalista podría descubrir, dejé de hacerlo. He llegado a ser la artista con la que soñé en mi juventud. Pero como los años siguen pasando, decidí volver a pintar. Era un ahora o nunca más. Empecé con las acuarelas, que no exigen una gran destreza técnica.
- De artista conceptual a trabajar con pinceles, pinturas y el movimiento de la mano...
- Y del cuerpo, todo los elementos en un precario equilibrio que amenaza con caerse. Me parece que ahora soy una artista que expresa lo que en algún momento reprimí.
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