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Joana Vasconcelos (París, 1971) llegó a Ibiza, vía Lisboa, tras un largo viaje desde su casa de verano en la isla de Armona, al sur ... de Portugal, en el Parque Natural del Lago Ría Formosa. Nada más bajar del avión, a media tarde, subió andando bajo un sol de justicia al Museo de Arte Contemporáneo de Ibiza (MACE), en la ciudad antigua, comiendo un helado para sofocar el calor. Su idea inicial era una visita de solo veinticuatro horas, pero las inspiraciones culturales de la isla le han acabado convenciendo de prolongar su estancia dos días más.
Fascinada con los espacios del MACE, un museo de tres alturas remodelado ejemplarmente sobre un edificio del siglo XVIII, imagina la colocación de alguna de sus enormes esculturas, objetos transformados en ideas a base de hacer artesanía desde las raíces o desde la identidad. «No me gusta hablar de intervenciones. Prefiero decir que habito los espacios con piezas de formas orgánicas que están compuestas por elementos textiles. La mano está muy presente en mi trabajo. La gente y su artesanía son fundamentales en mi obra», comenta. Aclamada en los grandes cenáculos del arte contemporáneo -sus esculturas tentaculares con textiles de colores vivos en Versalles congregaron en 2009 un millón doscientas mil personas, mientras que la gran retrospectiva que le dedicó en 2018 el Guggenheim Bilbao alcanzó los 650.000 visitantes-, la artista portuguesa tiene una agenda plagada de compromisos.
Para ilustrar el trabajo intenso que le espera en las próximas semanas, saca de su bolso un iPad y muestra fotos de las piezas en las que trabajan cincuenta personas en su taller lisboeta. La primera es la imagen de un gigantesco «árbol de la vida» que le ha sido encargado para la capilla medieval del castillo de Vincennes, en Francia, cuya presentación tendrá lugar el próximo 13 de septiembre. «El gobierno francés me hizo el encargo en medio de la pandemia. Me dieron un permiso para viajar a pesar del confinamiento. Al principio pensé hacer una de mis 'Valquirias', pero como durante la pandemia había enviado todo mi equipo a casa para ocuparles bordando hojas de laurel, se me ocurrió inspirarme en esa figura mitológica de Dafne que se transforma en árbol para escapar de Apolo. Era un proyecto nunca realizado que ya había pensado para Villa Borghese, en Roma, pero ahora el árbol se ha convertido en una pieza de 13 metros con 110.000 hojas bordadas y con luces. Es una clara alusión a la vida, a la sostenibilidad, al reciclaje, a la espiritualidad, al nuevo ciclo que vivimos tras la pandemia», sostiene.
Otra de las piezas que resalta es una escultura encargada por la Maison Dior para el desfile de su próxima colección en el Cour Carrée del Louvre, que se presentará en septiembre en la Semana de la Moda de París. «Los directores creativos de las grandes casas de moda cada vez dan más importancia a la artesanía. Maria Grazia Chiuri, en Dior, está muy interesada en los bordados de mis piezas», afirma.
Las fotos de los encargos de museos y coleccionistas salen a raudales de su iPad. Entre otras, la de una gigantesca tarta de porcelana que ha creado para Lord Rothschild en el señorío de Waddesdon, Reino Unido; o la artística piscina caleidoscópica construida con 11.500 piezas de cerámica de color en un proyecto paisajista que le encargó en Edimburgo la Fundación Jupiter Artland. Vasconcelos es como una fuerza de la naturaleza, potente en su discurso y arrolladora en sus argumentos, pero también sensible ante toda expresión creativa y tierna ante cualquier experiencia humana.
Tras recorrer el MACE, en Ibiza se conmueve por igual visitando la casa-museo del arquitecto y pintor Erwin Broner, el soberbio retablo gótico de la iglesia de Jesús o la tumba y la casa que perteneció a Josep Lluis Sert, el arquitecto que aglutinó en nuestro país el movimiento racionalista y cuya visión tomó la arquitectura tradicional de la isla como modelo para vincular al ser humano con su medio natural.
«Para mí lo importante son las personas. Cuando llegaron la pandemia y el confinamiento, mucha gente me dijo que debía cerrar mi estudio. Me decían que si no llegaban los encargos tendría que echar a buena parte de mi gente. Yo no podía hacer eso, son familias con las que llevó mucho tiempo trabajando, bordadoras tradicionales. Cuando conoces a esas familias te das cuenta de que tu trabajo también es de ellos. Tuve que pedir dinero al banco y endeudarme. El dinero no me importa demasiado. Te puede traer tranquilidad, pero yo he tenido mucho, poco y nada. He conocido todas las versiones. Si un día me quedara sin nada, volvería a empezar», concluye.
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