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Hubo un momento en que Paul Auster era la estrella del rock de la literatura internacional. Nunca ganó el Nobel, aunque estuvo en algunas quinielas. Nunca fue un superventas, aunque sus novelas eran lanzamientos esperados y bien recibidos. Pero le rodeaba un halo de expectación ... que le elevaba a la categoría de mito. Llenaba teatros en las audiciones promocionales y aunque en Estados Unidos se veía afectado por la polarización política (siempre fue un activo simpatizante demócrata) en Europa gozaba del estatus superior que también han tenido otros neoyorquinos ilustres como Lou Reed o Woody Allen, exponentes de esa porción de la cultura americana, digamos, más europea. El premio Príncipe de Asturias de 2006 o, mucho antes, su reconocimiento de Caballero de las Artes y las Letras en 1992 en Francia, país que prácticamente le considera un hijo adoptivo, dan fe de ello.
Auster, aunque originario de Nueva Jersey, fue también el gran escritor de Brooklyn, el barrio de Nueva York que precisamente mejor representa ese espíritu independiente respecto a la gran cultura americana. El barrio más europeo de la gran ciudad más europea, posiblemente. Allí se asentó en 1980, cuando todavía no era el refugio de escritores y artistas que fue después. «Estaba buscando un buen lugar para morir, alguien me recomendó Brooklyn», escribe en la primera línea de 'Brooklyn Follies' (2006). Fue adorado en su barrio y un gran embajador de él, hasta convertirlo en lugar de peregrinaje para fans de todo el mundo que dedicaban un día de su visita a Nueva York a deambular por Park Slope con la esperanza de encontrarse con el genio, o al menos localizar el Palacio de Papel, la papelería donde el protagonista de 'La Noche del Oráculo' compra el cuaderno azul que es clave en la novela. La atmósfera de esas calles, con sus brownstones, 'delis' y heladerías de barrio, es la misma que se respira también en 'El Cuento de Navidad de Auggie Green' y su versión cinematográfica 'Smoke', 'Sunset Park' o la citada 'Brooklyn Follies'.
Yo también lo hice, iba de visita a casa de una amiga periodista de The New York Times y deambulé con la esperanza de encontrármelo. No le vi, pero sí me fotografié frente a Le Bagel Delight, el deli de «nombre absurdo» que cita en 'Brooklyn Follies'. También le buscó en 2001 Stuart Pilkington, un inglés en la treintena que en los albores de internet tuvo la idea de construir la primera web de referencia sobre el autor, en la que colaboré. Pilkington, de nombre caprichosamente austeriano, que podría haber salido del detectivesco volumen que abre 'La Trilogía de Nueva York', conoció a Paul Auster apenas unas semanas antes de que unos aviones secuestrados impactaran contra las Torres Gemelas en Manhattan. Había concertado una cita con el escritor a través de su asistente y pasó la mañana buscando un regalo que ofrecerle.
Al final se decantó por unos Schimmelpennincks, los cigarrillos holandeses que Auster fumaba entonces y a los que convirtió en adictos a algunos de sus personajes (Paul Benjamin en 'Smoke', sin ir más lejos, a quien el distraído encendido de un schimmelpenninck estuvo a punto de costarle la vida al ser atropellado). Al acercarse la hora de la cita, Pilkington tuvo la tentación de marcar el número personal del autor y preguntar por 'Paul Auster, de la agencia de detectives Auster', precisamente la confusión que da origen a la trama de 'Ciudad de Cristal'. No lo hizo y simplemente tuvo su cita para presentarle su proyecto.
En esas mismas fechas, con Auster en la cima de la popularidad con la publicación de 'El Libro de las Ilusiones' (2002), la prensa local dio cuenta de otra historia similar. La del turco E. Turkgeldy, quien no tuvo mejor ocurrencia que empapelar Park Slope con carteles pegados en los árboles: «Mr. Auster. Llevo días recorriendo el barrio intentando dar con usted. Le he traído de regalo unos cigarrillos turcos para que los pruebe. Pero este método no parece funcionar. Si lee esto, escríbame a esta dirección de correo electrónico». Auster lo leyó y le citó al día siguiente en la librería del barrio.
La muerte de Auster a los 77 años víctima de un cáncer deja huérfanos a las generaciones que le descubrieron con 'La Trilogía de Nueva York', la mejor puerta de entrada a su universo, y que quedaron maravilladas con la sencillez de una prosa enfocada a encumbrar unos pocos recursos perfectamente utilizados: la insistente llamada al azar, al insondable destino, que según narra en sus memorias quedó sellado en su cerebro cuando en una excursión escolar un rayo segó la vida de su amigo Ralph y no la suya pese a que estaba a su lado, episodio que le marcó para siempre; el aprovechamiento narrativo de la confusión, la utilización de la historia dentro de la historia, la presencia de sí mismo en las novelas (Paul Auster en 'Ciudad de Cristal', Paul Benjamin en 'Smoke'; Trause, un anagrama de su nombre, en 'La Noche del Oráculo). Y su muerte, azarosamente por cáncer de pulmón, prácticamente coincide con la publicación de su última novela, 'Baumgartner' (Seix Barral), un texto que pone fin a una prolífica producción. Una treintena de novelas, ensayos, autobiografías, incursiones en el cine y cuentos cortos que componen una magnífica colección que se desea leer como una serie, en plan maratón.
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