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En diez años, la brasileña Lygia Clark (Belo Horizonte 1920-Río de Janeiro, 1988) fue de una figuración un poco amateur que ya apuntaba maneras a la depuración total de las formas abstractas e incluso a la fragmentación del cuadro en varios volúmenes que dieron ... paso a la escultura. Una década meteórica en la que la artista pasó de una primera fase autodidacta de retratos y bodegones al carboncillo a los paisajes urbanos ya con edificios de resonancias cubistas, hasta llegar a las geometrías en blanco y negro.
El Guggenheim invita a seguir esta etapa de formación y eclosión de una creadora de gran importancia en el arte brasileño contemporáneo, amiga de creadores también cruciales como Hélio Oiticica y Lygia Pape, y participante como ellos en las actividades del Grupo Frente. El museo reúne 83 obras de Clark en una exposición comisariada por Geaninne Gutiérrez-Guimaraes, conservadora que hace de puente en cuestiones artísticas entre el Guggenheim bilbaíno y el de Nueva York.
El director general del museo, Juan Ignacio Vidarte, llamó la atención sobre la continuidad entre la exposición sobre el venezolano Jesús Rafael Soto, que acaba de concluir, y la de la brasileña que ahora se inicia. Ambos son figuras fundamentales en el arte latinoamericano, muy al alza tanto en la atención de los historiadores y de los museos como del mercado, y trabajaron con lenguajes abstractos concomitantes.
Gutiérrez-Guimaraes destacó cómo del colorismo de su primera etapa -«el verde de la vegetación del lugar en que vivía, el azul del mar de Río de Janeiro, el amarillo que veía a su alrededor»- se fue simplificando hasta llegar al uso de la pintura industrial blanca y negra, «al espacio positivo y negativo y su interrelación en el movimiento de las formas».
Después de iniciarse en el arte con pintores modernos de Brasil, se fue París dos años, entre 1950 y 1952. Estudió con Fernand Léger, cuya influencia es evidente por la disposición de las formas geométricas en el lienzo y por su dinamismo y por sus característicos azules, rojos, amarillos y blancos, los colores básicos. También tomó clases en esos años de Árpad Szenes y pareja de la pintora portuguesa Maria Helena Vieira da Silva, de la que el Bellas Artes posee una importante obra en su colección, 'Pasaje de espejos' (1981). Ambos habían vivido en Rio y luego se mudaron a París.
Entre 1953 y 1956, de nuevo en la ciudad brasileña, absorbe y desarrolla las formas de la abstracción geométrica, procedentes de llamado Arte Concreto, que parte de figuras como Kandisnky y Mondrian y al que dio carácter de movimiento artístico el holandés Theo van Doesburg. El influjo de este tendencia recorrió toda Latinoamérica, de México a Uruguay y Argentina pasando por Venezuela y Brasil.
En la última de las tres salas de la muestra, las composiciones rigurosas monocromáticas dominan la visión del espectador, última fase de su carrera antes de dejar su faceta como pintora para dedicarse a sus 'bichos', las figuras geométricas que salen del cuadro para alcanzar las tres dimensiones de la escultura.
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