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Hija y nieta de mineros, la escritora y periodista leonesa Noemí Sabugal (Santa Lucía de Gordón, 1979) acaba de publicar en Alfaguara 'Hijos del carbón'. Se trata de un ensayo que se vale de la crónica periodística, la narrativa de viajes y el relato autobiográfico ... para dejar constancia del mundo de la minería de carbón, que forma ya parte del pasado, y para reivindicar «un presente para las cuencas mineras, un desarrollo de estos territorios que tanto han dado». Sabugal, que mañana participará en la Feria del Libro de Bilbao, se ha documentado durante años y ha visitado las grandes zonas mineras.
- Las empresas de minería, por cierto, alguna vasca, como la Hullera Vasco-Leonesa, abrían los pozos, pero también escuelas, economatos, cuarteladas, hospitales… La mina alcanzaba a todos los aspectos de la vida.
- Cuando una empresa minera llegaba a un territorio, intentaba acaparar la mano de obra, fundamental para un trabajo muy duro. Como eran lugares aislados, montañosos, se creaba toda esa red. Eso tenía su parte buena y su parte mala: los economatos ayudaban a las familias a conseguir alimentos, pero eso implicaba que parte de los sueldos revirtiera en la propia empresa. Por otro lado, los economatos durante algunos periodos de nuestra historia se usaron para contrarrestar reivindicaciones laborales, sucedía igual con la vivienda: si eras despedido, te quedabas también sin casa.
- Eran aquellas sociedades muy segregadas.
- Sí, en épocas más recientes cambió bastante. Los hijos de los mineros empezaron a ir a la universidad, pero durante la primera mitad del siglo XX, la sociedad estaba muy estratificada; las categorías laborales se mantenían en la calle.
- Llama la atención la relación amor-odio con la mina de los mineros; como ejemplifica el caso de la minera Tamara Espeso.
- Por una parte, es el trabajo que te da comer y además hay una gran conciencia de clase, una cosa que ahora parece muy antigua; pero la mina ha significado también muerte. El caso de Tamara Espeso es significativo, sí. No sé si la gente lo sabe, pero los hijos de los mineros muertos en la mina tienen más facilidades para entrar en la propia mina. Y ella trabajó en el mismo pozo, el Pozo Nicolasa -el único aún abierto en España- en el que trabajó su padre. Es lo que hay. Todas las familias tienen un muerto, y esa oposición amor-odio, vida-muerte, determina las características de las cuencas mineras y de sus habitantes.
- Usted estudió en uno de esos colegios que creaban las empresas mineras; y cuenta que en todas las clases había alguien cuyo padre había muerto en la mina.
- Sí, en casi todas las clases había un huérfano. La siniestralidad había descendido, pero casi todas las semanas había un accidente más o menos grave. La muerte era una cosa cotidiana en la que intentábamos no pensar.
- Una vez fueron a esperar a su padre a la salida de la mina, pero como todos tenían las caras negras, no lo reconoció. ¿Cómo se vivía en su casa el hecho de que su padre fuera minero?
- Como es en lo que se ha trabajado toda la vida, pues forma parte de la rutina. En mi caso, además de ser el trabajo de mi padre, fue también el de mis dos abuelos; pero, por otra parte, sabes que tu padre tiene un trabajo peligroso: se va a la mina y no sabes lo que va pasar ahí dentro. Eso marca mucho, hasta el punto de que las muertes se viven de manera colectiva: cuando moría un minero todo el mundo iba a su entierro, porque al día siguiente le podía tocar a tu familia. Eso ha hecho que las reivindicaciones laborales sean muy fuertes; la muerte marca toda la historia política y sindical de la minería.
- Las minas comienzan a cerrarse, contaminaban, eran deficitarias, pero ahora España importa carbón, y también, en este caso desde Marruecos, electricidad generada por el carbón. ¿Dónde queda la transición energética?
- Es una cuestión compleja que seguirá debatiéndose los próximos años. El único pozo que queda en producción es el Nicolasa, que pertenece a la empresa pública HUNOSA. La transición energética va a ser importante porque vamos a producir energía con aire y con el sol, y habrá que ver dónde se ponen las placas y los molinos porque de nuevo se va a pedir a las zonas rurales que produzcan la energía que se consume en las grandes ciudades. ¿Y qué se les va a dar a cambio? Poner instalaciones de este tipo, con impacto ambiental, no da trabajo. Habrá que aprovechar las circunstancias -y ese es el futuro- para reforzar las zonas rurales, pero eso sale haciendo fábricas de palas eólicas y componentes solares, no solo con las instalaciones.
Más que un trabajo
- ¿Es optimista respecto al futuro de las cuencas mineras?
- Yo intento pensar en positivo; ahora esperamos que lleguen 307 millones de euros a través de los Fondos Europeos para la Transición Justa. Mi esperanza es que ayuden a conjurar la despoblación y el paro y a crear polos industriales, empresa… me gustaría que fueran bien invertidos, veremos qué ocurre.
'Hijos del carbón' Editado por Alfaguara, conjuga la crónica periodística, el relato de viajes y el autobiográfico, ya que la autora es de una familia de mineros. Las emociones no empañan la reflexión sociopolítica sobre los interrogantes de la transición energética.
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