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Si hay una ciudad que refleja bien los profundos cambios que China ha vivido en las cuatro décadas que han pasado desde que decidió ... abrirse al mundo, esa es Shenzhen. En 1978 no era más que un pequeño pueblo de pescadores cercano a Hong Kong, una privilegiada ubicación que propicio su nombramiento como una de las primeras Zonas Económicas Especiales del país. Fue como si le tocase el gordo de la lotería, porque Deng Xiaoping decidió que el país experimentaría allí con el capitalismo.
Hoy, Shenzhen es una jungla de rascacielos futuristas, acoge a 13 millones de personas, supera a Hong Kong en PIB y se ha convertido en la punta de lanza de la revolución tecnológica con la que China quiere liderar el mundo. A pesar de todo, continúa creciendo. Pero ya no le interesa hacerlo a toda velocidad. Ahora quiere crecer bien. Y, para ello, a menudo licita proyectos urbanísticos de un tamaño que haría palidecer a cualquier plan de regeneración urbana en Europa.
Vicente Guallart (Valencia, 1963) ha ganado con su estudio el primer premio para desarrollar el nuevo centro urbano de Xianmihu, y las estadísticas del proyecto marean: entre cuatro y cinco millones de metros cuadrados construidos -con oficinas y viviendas- un corredor ecológico con grandes espacios verdes que unirá las montañas y el mar y una montaña artificial de 200 metros de altura con una fachada de madera y árboles que esconderá un centro de convenciones y un hotel. Es toda una declaración de intenciones que Guallart, exarquitecto jefe de Barcelona, espera ver cristalizada en la próxima década.
«Shenzhen ha crecido siguiendo un modelo urbano con muchos centros que se desarrollan de este a oeste a partir de nodos de transporte. Xianmihu va a ser el próximo y aspira a convertirse en ejemplo de la ciudad del futuro», explica Guallart en una entrevista con EL CORREO. «Por eso, nosotros hemos hecho una propuesta bastante radical para crear una trama urbana rectangular, similar a la de Nueva York, en la que, a diferencia de lo que sucede con el modelo de amplias avenidas de Shenzhen, las calles son compactas y todo el tráfico privado va al subsuelo. De esta forma, toda la superficie de la ciudad está dedicada a peatones, bicicletas y al vehículo del futuro, que es el minibús sin conductor».
Guallart está convencido de que en la ciudad de mañana el vehículo privado estará prácticamente prohibido, y que tanto la ecología como los sistemas urbanos inteligentes dejarán de ser eslóganes más o menos comerciales para convertirse en pilares de un nuevo modelo de urbanismo. «En el caso de China, se crearán ciudades muy compactas y densas en las que se tratará de recuperar las conexiones naturales que existían antes. El propio presidente de China -Xi Jinping- ha impulsado la creación de una 'ecocivilización' que combine los elementos más futuristas de la arquitectura con esa regeneración del entorno».
Basta caminar por cualquier gran metrópolis china para certificar que el gigante asiático está todavía lejos de esa armonía. Guallart compara lo sucedido a partir de la década de los 90 con el modelo que imperó entre los años 60 y 80 en la costa mediterránea española. «El crecimiento rápido suele enfatizar la cantidad sobre la calidad de las construcciones. Pero, una vez superada esa fase, el país se da cuenta de que muchas de las cosas que ha hecho no son correctas y busca un nuevo modelo», incide.
El arquitecto valenciano alaba la red de aeropuertos y de ferrocarriles de alta velocidad que China ha construido en tiempo récord, y cree que la organización especialmente jerarquizada del país ayudará a que la regeneración sea mucho más rápida. «Del urbanismo chino de los últimos veinte años podemos aprender poco, pero tenemos que estar atentos a lo que va a hacer a partir de ahora. Porque no hay problema para derribar edificios que se construyeron hace solo veinte años si así lo requiere la regeneración urbana. De China debemos aprender a sacudirnos los complejos y a tener más ambición, como la de los retos que plantean sus líderes», sentencia.
A su estudio, sin duda, ambición no le falta. Guallart espera que el premio de Shenzhen le abra las puertas de un mercado tan goloso como complicado, porque reconoce que «es muy difícil trabajar en el país» y las oportunidades solo se materializan al final de una larga maratón. No en vano, en China compiten los principales estudios internacionales con grandes empresas del país y una nueva generación de arquitectos locales que quieren imprimir un estilo diferente. «El premio nos permite tener más consistencia en China. Ahora queremos construir edificios, y espero que este reconocimiento nos ayude a lograrlo», apostilla esperanzado.
«Estos edificios son un experimento social que fomenta los espacios compartidos, para evitar que los jóvenes vivan aislados, y a la vez aplica un nuevo modelo de alquiler de vivienda en suelo público con una concesión a largo plazo. Ha sido posible gracias a una nueva generación de promotores. El resultado es que en este conjunto de viviendas hay varios grupos de rock y se desarrollan múltiples actividades sociales autoorganizadas por los residentes. La fachada sigue un patrón de un 'celular autómata' como referencia a la Universidad Politécnica donde se asienta».
«Fue el primer concurso internacional que ganamos, en 2004. El reto era construir un espacio público de encuentro ciudadano en una sociedad donde no hay tradición. También nos enfrentamos al desafío de construir con madera y sobre el mar, siguiendo el modelo del Port de Barcelona o el Darling Harbour de Sídney. Creamos un equipo internacional y convencimos a los promotores de utilizar técnicas de fabricación digital para las grandes letras metálicas que anuncian el nombre del puerto. Tardamos cuatro años en la construcción, pero aún hoy el uso ciudadano es masivo y su conservación, impecable».
«Este proyecto de vivienda protegida definió un nuevo modelo urbano que tiene la agricultura y el deporte como elementos de cohesión social. Por primera vez en España, conseguimos urbanizar suelo agrícola y, al mismo tiempo, restaurar más del 40% de la huerta existente, regada con las acequias históricas y transformada en huertos sociales. La crisis paralizó varios proyectos, pero los huertos públicos, muy bien conservados desde el principio por el Ayuntamiento, tienen una gran aceptación social y han servido de inspiración para otras zonas de la ciudad».
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