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Izquierda, el 'Moisés'. Derecha, la entrada al Museo Vasco. borja agudo

Dos citas para reencontrarse con la historia

El Museo Vasco y el de Reproducciones acogen a sus primeros visitantes, interesados en el pasado local y familiar y en el arte de Miguel Ángel

Jueves, 4 de junio 2020, 00:27

El Museo Vasco es uno de los mejores lugares de Bilbao para encontrarse con el pasado, general y familiar. Lo sabe bien Rafael Arrieta. Cada vez que tiene una visita se acerca al centro cultural del Casco Viejo para enseñarles cómo era el caserío ... en el que vivió, situado unos centenares de metros más arriba. Estaba en la esquina de Iturribide con Zabalbide, en el 34 de esta calle, y fue derribado para construir viviendas en 2004.

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En el bajo había un bar, que él regentaba, y en una fachada uno de los antiguos letreros de baldosas azules que anunciaban el inicio de las localidades, en este caso Begoña, antigua anteiglesia bilbaína. Se lo cuenta a Julieta Razquin, familia de este visitante que ha llegado diez minutos antes de las once, hora de apertura con el reajuste de horarios, mientras entran para enseñarle una imagen del caserío presente en la colección del centro.

Fueron dos de los tres primeros visitantes de ayer, en el día de la reapertura del Euskal Museoa: una institución dedicada a los vestigios etnológicos del País Vasco, con el Mikeldi presidiendo su patio acristalado, a la explicación de los oficios y modos de vida y también al presente más vanguardista, con dos exposiciones temporales, de la artista Zaloa Ipiña y del diseñador Manuel de Gotor, que estarán hasta finales de agosto.

El tercero fue José Mari Rodríguez, que venía a comprar un libro sobre la lana y el lino, publicado por una pasada exposición en el museo. «Va para Rosario, en Argentina, para un familiar. Están muy bien descritos los utensilios de cardar, la rueca, los usillos, la tijera para esquilmar...». En 1907 una parte de su familia emigró a Rosario, una ciudad con fuerte presencia de descendientes vascos.

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Las tablas de Moisés

La entrada al Museo Vasco es por la plaza Unamuno y la salida, por la calle de la Cruz. Atravesando el Casco Viejo se llega al puente de La Ribera, al lado del mercado. El cruce por la ría lleva a la cuesta de Conde Mirasol y desde allí, por San Francisco, se alcanza la antigua iglesia del Corazón de María, donde se emplaza el Museo de Reproducciones, hogar de tantos copistas a lo largo de sus casi cien años de historia (se creó en 1927), y en la actualidad sede de la exposición 'Tesoros eléctricos'.

Uno de esos copistas fue el primero que volvió a entrar en el recinto donde se alinean las esculturas clásicas que sirven de modelo para ejercitar el dibujo o para modelar. En el caso de Felipe Zorrilla, las réplicas son de madera. Llegó nada más abrir, también a las once de la mañana, y revisó algunos detalles del 'Moisés' de Miguel Ángel, situado en la planta baja y en cuya reproducción anda ahora atareado.

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«También he hecho 'La Piedad' y la 'Venus de Milo', a una escala inferior, lógicamente. Me gusta trabajar la madera, por lo general el haya. Sería mejor el tilo, pero es muy difícil de encontrar de un buen tamaño», explica este artista que fabrica él mismo algunas de sus herramientas de acero, «las más finas», para poder llegar bien al detalle.

Zorrilla pertenece a la asociación Nagusilan, dedicada al apoyo de las personas mayores que están solas, en residencias o en sus casas. Les faltan voluntarios. «Muchas veces la soledad no es una elección y mucha gente necesita hablar, que les hablen y que les escuchen. Necesitamos personas para que hagan esa labor», explica este maestro de la gubia que también participa en el Consejo de Mayores de la Diputación.

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