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José Luis Alcaine (Tánger, 1938) asegura que no tiene mucha memoria: «Veo una película mía y pienso: ¿cómo porras la hice?». Poseedor de cinco Goyas, ... el director de fotografía de títulos esenciales del cine español –'El sur', 'Akelarre', 'Tasio', 'El viaje a ninguna parte', 'Mujeres al borde de un ataque de nervios', 'Jamón, jamón', 'Amantes', 'Belle Epoque'– recibe el Mikeldi de Honor en la clausura de Zinebi. A punto de cumplir 86 años, acaba de rodar con Fernando Colomo 'Las delicias del jardín': «La hemos hecho de una forma que va a revolucionar la manera de hacer las películas en el mundo a partir de ahora», promete.
–¿Qué piensa cuando ve a alguien contemplando una película en el móvil?
–Bueno... Es el signo de los tiempos. Me da la impresión de que las nuevas generaciones de directores no piensan que van a hacer una película para la pantalla grande. Como mucho, su concepto técnico del cine es para la televisión en casa.
–Debe el amor por el cine a su padre, que llevaba el cineclub de Tánger.
–Mi padre me hablaba mucho del cine mudo. Era el hijo de un albañil en una familia con muy poco dinero. Vivía en Torrox (Málaga) y no tenía dinero para ir al cine. El proyeccionista le dejaba entrar con la condición de que diera a la manivela del proyector, que todavía no era eléctrico. Miraba la pantalla desde el ventanuco. Ocurría algo que no se cuenta: el cine mudo no era mudo, sino escandaloso. El público jaleaba como en un partido de fútbol, insultaba al malo y pedía al de la manivela que diera más deprisa cuando el bueno le perseguía.
–De su padre heredó el amor por Chaplin.
–Por todos los cómicos de la época muda: Buster Keaton, que en España se le llamaba Pamplinas, Harold Lloyd, La Pandilla... Chaplin era el dueño de sus películas, por eso se han conservado tan bien.
–¿Ha sabido cuando rodaba una película que estaba destinada a convertirse en un clásico?
–No. Cuando me enfrento a una película no pienso en eso, solo trato de hacerlo lo mejor posible, secuencia a secuencia. Cuando hice mi primera película me leí catorce veces el guion. Fue el peor rodaje de mi vida, porque no se hizo nada de lo que yo esperaba. Descubrí que, a pesar de lo que diga Hitchcock, que no se preocupaba por la humanidad de los actores, hay que estar abierto a lo que pueda ocurrir. Lo imprevisto puede ser cojonudo.
–Eso puede llevarle a discusiones con el director.
–Sí. Yo era muy amigo de Chicho Ibáñez Serrador. En '¿Quién puede matar a un niño'?', traté de huir de los arquetipos del cine de terror, rodando a pleno sol. Sin sombras ni puertas que crujen, sin avisar de lo que va a pasar. Chicho no estaba muy convencido, pero hoy es una película de culto, que te enseña que te puede ocurrir lo peor en el sitio menos pensado.
–¿Con qué director se ha entendido mejor?
–Con Víctor Erice, aunque la primera semana de 'El sur' me decía que la fotografía era un poco tristona. Siempre me he llevado bien con los grandes directores, los problemas los he tenido con los que no han sido nadie. Otras veces he sido gafe, como con Adolfo Aristarain y Luis Puenzo, con los que rodé en Argentina 'Roma' y 'La puta y la ballena', y ya no volvieron a dirigir.
–Se dice que un director puede no tener ni idea de técnica, que la peli se la hace el director de fotografía.
–Soy miembro de la Academia de Hollywood y he investigado en Los Ángeles al respecto. Los estudios en los años 30 necesitaban directores para producir muchos títulos. Los que venían del cine mudo –Capra, Hitchcock, Ford, Lubitsch– sabían la técnica, pero otros se limitaban a dirigir a los actores y necesitaban del director de fotografía. ¿Sabías que Gordon Willis no dejó tocar la cámara a Coppola en 'El padrino'? Se llevaron a matar. Yo he hecho tres películas en Hollywood y los tres directores me dieron las gracias por haberles permitido decidir la posición de la cámara.
–Es un firme defensor del digital. ¿Qué piensa de los directores que siguen rodando en celuloide, como Tarantino y Nolan?
–Sinceramente, el que vea sus películas no notará la diferencia si está rodada en celuloide o digital. Son elucubraciones mentales de los directores, que tienen tendencia a ocuparse de los objetivos de la cámara y abandonan a los actores.
–Usted sabrá cuando un actor tiene buen o mal día...
–Se transpira. A veces entran con muy mala uva. Alguno se ha quejado de mi trabajo, como Pedro Pascal, que decía en el wéstern de Almodóvar ('Extraña forma de vida') que ponía mucha luz.
–¿Si se dice que una película tiene bonita fotografía es que es mala?
–Ja, ja. Algo de eso hay. En los festivales el premio de fotografía es siempre una consolación.
–El término jubilación...
–No lo entiendo. Envidio a los pintores, que pueden trabajar hasta que desaparecen. Yo gozo en un plató. Me cuido para seguir rodando, no para tener salud, y trato de demostrar que me siento joven. Por eso nunca tengo una silla en el set, para desesperación de los eléctricos, que no se sientan al verme de pie.
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