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Suena bien ahora como epitafio aquella definición que le dedicó Vincent Lindon en un documental a Alain Delon: «No es un actor normal, es algo más, un objeto de deseo; ni siquiera es sexy, pero tiene una belleza infernal». Pues sí, desde luego, porque el ... mito Delon se ha forjado a partes iguales con la belleza felina del hombre irresistible, con su condición de 'tombeur de femmes', con su capacidad inagotable de seducción, con la calidad y la versatilidad del actor o también con la fuerza de una personalidad singular y controvertida.
La belleza de Delon, ángel o demonio con ojos azules, seguro y fuerte o vulnerable y quebradizo, pero siempre capital para asentar la experiencia estética del espectador, fue sin duda el mejor material en bruto con el que algunos grandes cineastas -Clément, Visconti, Antonioni, Melville, etc…- no solo forjaron a un notable actor, sino que además construyeron monumentos esenciales de la historia reciente del cine.
Pero con su inmenso atractivo físico, Delon nunca fue un actor cerebral, de técnica impoluta o de estudio profundo de roles diversos, sino un prodigio de intuición, de vitalidad y de naturalidad dramática o cómica, que vivía en la piel de sus personajes y les dotaba de credibilidad. Quizás esto explique su fascinante versatilidad, su capacidad para hacer de héroe y de antihéroe o su talento para trascender géneros y edades.
Belleza y seducción, pues, pero también romances inolvidables y esa personalidad insobornable puesta al servicio de su mito interpretativo. Un todo, en fin, que fundamenta la carrera extraordinaria de un actor o de un inolvidable objeto de deseo.
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