Crítica de 'Entre la vida y la muerte' (2020): Noche de autos

A un thriller escrito para golpear con la contundencia de un mazo le hacía falta un actor de piel y gesto curtidos, y el chileno nacionalizado belga Giordano Gederlini lo ha encontrado en España, un país donde este tipo de personajes llevan el nombre del protagonista de 'Que Dios nos perdone', 'Tarde para la ira' y 'La trinchera infinita'. Alguien que ha compartido muchas jornadas de rodaje con Antonio de la Torre me contó hace tiempo que cuando se mete en su papel es como uno de esos boxeadores antiguos que hacen el paseo hacia el ring con la cabeza baja, serios, ensimismados y ajenos al griterío, y esa es exactamente la sensación que transmite en 'Entre la vida y la muerte', donde interpreta a Leo Castañeda, un conductor de metro expatriado que durante un servicio nocturno es testigo del intento de suicido de su propio hijo. Tratando de esclarecer las causas se adentra en un submundo que poco a poco aflora las habilidades que adquirió en el pasado, mientras en paralelo una investigación aflora su papel como antiguo peón en una red de intereses ocultos en la que convergen crimen organizado, terrorismo y corrupción policial. Todo esto en la Bélgica del infausto barrio bruselense de Molenbeek, y con una ambientación nocturna que afila aún más la rocosa puesta en escena del segundo largometraje de Gederlini.