
Crítica de 'Una familia feliz 2' (2021): El miedo a la diferencia
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Aunque no son los Monster ni los Adams ni habitan en el imponente castillo de Hotel Transylvania, los Wishbone (Wünschmann en la novela de David Safier adaptada por el propio escritor alemán) apuntan al mismo nicho de público y con las mismas armas, lo cual hace inevitables las comparaciones.
Sin el carisma de Gomez, Miércoles, Fétido y Morticia, el humor cálido y afilado de los Monster o la expresividad de los personajes animados por Genndy Tartakovsky, el clan que protagoniza 'Una familia feliz 2' se confía en la inercia de las imágenes aceleradas para que sus espectadoras no tengan tiempo de razonar que lo que están consumiendo es un vago producto de imitación.
En lo positivo habría que notar una mejora en las prestaciones técnicas respecto a la primera entrega, aunque paradójicamente ahonda la sensación de que la película existe únicamente en la escala del plano medio; más allá de los límites del encuadre, el universo de los Wishbone es un solar en cuya pista central se desarrolla un relato que subraya el tema de la identidad en la adolescencia, cuando no es capaz de encontrar un rasgo que lo diferencie y le permita independizarse de sus competidoras.
No hay mucho que celebrar en 'Una familia feliz 2' más allá de que introduce nuevas criaturas como el Yeti o Nessie en su entrañable galería de los horrores, porque incluso sus gags más inspirados se los debe a otros.
Alemania. 2021. 103 m. (7). Animación.
Director: Holger Tappe.
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