Crítica de 'Mientras dure la guerra' (2019): España en el laberinto

Nadie puede negar el riesgo que supone plasmar la infausta Guerra Civil española en la gran pantalla. Enfrentamiento fratricida visto en 'Mientras dure la guerra' desde la perspectiva del genial filósofo bilbaíno Miguel de Unamuno, cuando fue destituido por el gobierno republicano como rector de la Universidad de Salamanca, en 1936. Fueron unos años de plomo, en los que las dos Españas se arrastraron de nuevo por un laberinto, representado de forma lúcida por Goya en su pintura negra 'Duelo a garrotazos'.

Hitler, el pintor fracasado, o Stalin, el antiguo seminarista, sabían que la machacona repetición de un concepto produce un consenso social aprobatorio. Ahí arranca, como muy bien demostró Hannah Arendt, la banalidad del mal, con lo cual no estamos tan lejos de los hechos aquí descritos. Son bandos de todos los colores que se emplean a fondo en este tipo de tácticas de manipulación, de ingeniería social, que disfrazan de recuperación de la democracia. A partir de estos acontecimientos históricos, el ambicioso cineasta Alejandro Amenábar firma una película correcta, pero más fría que el hocico de un galgo.

Hace falta un GPS para avanzar por el filme sin peligro de perderse ante la poca presencia de quienes, en uno u otro bando, derramaron su sangre en los campos de batalla o en sórdidas cunetas. Una juventud de mármol inmolada en una carnicería, sugerida de forma que intenta contentar a todos, que es la mejor manera de no contentar a nadie. Una matanza donde los ciudadanos fueron víctimas de una historia poliédrica, llena de aristas, en la que muchos que decían tener la verdad de su parte mataron a sus hermanos, tan sacrificados como ellos, pero distintos. Ahora sólo falta que los espectros de los muertos se levanten de sus tumbas, mientras repica triste la campana, para reprocharnos a todos que su sacrificio ha sido inútil.