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Elena Sierra
Miércoles, 21 de marzo 2018, 01:15
Entre Ceferino Carrión, niño santanderino hijo de republicano represaliado, y Jean Leon, el amigo de las estrellas del Hollywood que dio nombre a un vino que sigue siendo reconocido por su carácter innovador que fue, hay un abismo. Como el que había entre la España ... gris y silenciosa de la posguerra, y el brillo de la ciudad de Los Angeles cuando Sinatra y Kennedy eran amiguitos, y unos jovencísimos Paul Newman, Marilyn Monroe, Natalie Wood y James Dean dejaban ya huella dentro y fuera de la gran pantalla. Y sin embargo, el pequeño Cefe y el gran Jean Leon fueron la misma persona. O habitaron el mismo cuerpo, aunque en momentos distintos.
Uno soñó a lo grande, persiguió el sueño y se convirtió en el otro, el que lo hizo realidad y se hizo leyenda. Fue el tipo al que las grandes estrellas de Hollywood confiaron sus secretos porque en su restaurante, La Scala de Beverly Hills, estaban como en casa, se sabían cuidados y podían relajarse. Martí Gironell lo cuenta en la novela ‘La fuerza de un destino’ (Planeta), obra por la que ha recibido el Premio de Letras Catalanas Ramón Llull.
Destino, esa es la clave, explica Gironell. Porque Ceferino, que se había mudado con su familia a Barcelona de crío y había perdido a su padre y a su hermano mayor -«sus referentes»- en el mar, salió de España muy joven. En Francia se empeñó en meterse en un barco que lo llevara al otro lado del océano. «Lo intentó siete veces. Siete. Eso ya dice lo tenaz, firme y casi obsesivo que era», describe el autor, que señala ese momento como el más clarificador sobre la figura de este personaje que fue persona de carne y hueso. «A la octava lo consiguió. Mientras que sus amigos acabaron en Guatemala, y fueron repatriados, él consiguió llegar a Nueva York».
Allí adoptó el nombre de Jean Leon y terminó trasladándose a Los Ángeles, donde, como todos, quiso ser actor tras ejercer de camarero, como casi todos los aspirantes a entrar en la nómina del cine. «Estaba deslumbrado, pero vio que no tenía ni planta ni madera... A cambio, acabaría siendo director del día a día de las estrellas que conoció en el restaurante de Sinatra, y que luego irían al suyo», explica Gironell.
«Hizo de la confidencialidad y el secretismo su marca, eso se lo enseñó Hollywood». El de entonces, se entiende; hoy en día, cuando todo se publica en las redes y proliferan los portales de cotilleos, aquellas relaciones de amistad -«el motor del libro»- basadas en la confianza absoluta no parecen muy posibles.
Elizabeth Taylor. La amistad con Jean comenzó con una broma de la actriz, cuando le pidió un martini con chocolate en la fiesta del rodaje de ‘Gigante’.
James Dean. Fue uno de sus grandes amigos. Cuando se conocieron, Jimmy era un aspirante a actor que no tenía dinero ni para una pizza.
Joe DiMaggio. El mito del béisbol, fue con Sinatra a pillar al amante de Marilyn. Se coló de piso y dio una paliza a un hombre que nada tenía que ver.
Marilyn Monroe. Acumulaba desengaños y se hacía traer la comida de La Scala a su casa. Leon le sirvió su última cena antes de morir.
Natalie Wood. Nat era la única chica de la panda de quien, más o menos, todos estaban enamorados. Pero su corazón estaba ocupado por R. Wagner.
Con James Dean estuvo a punto de abrir su local tras ultimar un contrato como socios; pero el joven actor se mató poco antes en un accidente de coche. «Tenían mucho en común porque ambos habían perdido a uno de los progenitores de niños, venían de la periferia y querían ser alguien». A Paul Newman le aconsejó que cogiera los papeles que los estudios le ofrecían tras la muerte de Dean, sin complejos. A Marilyn Monroe y Liz Taylor les mandada su comida favorita allí donde ellas quisieran. A Warren Beatty le puso una mesa en la cocina del restaurante el día que llegó sin reservar... y con ello creó tendencia (tendencia de siglo XXI, además).
Su vida privada se resintió, mucho, por su afán de ir más lejos. Su espíritu emprendedor le llevó a comprar un terreno en el Penedés y plantar unas cepas francesas para producir un nuevo vino. Eso es lo único que Martí Gironell le preguntaría si pudiera hablar con él -Ceferino Carrión, Jean Leon en Estados Unidos, murió en 1996-. «Le preguntaría si no había forma de no sacrificar a los suyos por sus sueños... Eso y de dónde sacaba esa energía y esa capacidad para creer en sí mismo como lo hacía».
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