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Tiene 82 años y no ha perdido las ganas de jugar. «¡El cine es el mejor tren eléctrico que te puedas imaginar! Ya lo ... decía Orson Welles y tenía razón», apunta Pedro Olea (Bilbao, 1938), en la sala Bastida de Azkuna Zentroa tras la presentación del documental 'Olea... ¡Más alto!'. Se trata de un trabajo de 80 minutos, rodado por el realizador donostiarra Pablo Malo, que recorre la filmografía del autor de películas tan dispares como 'El maestro de esgrima' –que le valió tres Goyas y representó a España en los Oscar–, 'Un hombre llamado 'Flor de Otoño' y 'El día que nací yo'. En todas se ha volcado, ya se basara en una novela histórica de Pérez Reverte, la tragedia de un anarquista travesti empeñado en matar al presidente o en la vida amorosa de una folclórica. «Siempre he tenido claro que prefería dedicarme a barrer platós antes que ser director de un banco», zanja Olea sin dejar lugar a dudas.
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El documental de Pablo Malo se preestrenará el jueves en los Golem, a las 19.00 horas, para calentar motores de cara al Zinebi-Festival de Cine Documental y Cortometraje de Bilbao que se celebrará entre los días 13 y 20. Tras haberse cancelado su proyección en Madrid y el estreno en el Festival de Cine Español de Nantes, ahora llega a la gran pantalla del Botxo en una situación delicada porque la pandemia no remite. Pero Olea se muestra moderadamente optimista: «Sí, el puto virus no nos deja tranquilos. Pero sigue habiendo hambre de cultura. Debemos protegernos y cuidarnos, sin dejar de disfrutar del cine, los libros, los museos...».
Una reflexión que hace suya Gonzalo Olabarria, concejal de Cultura y Gobernanza del Ayuntamiento de Bilbao, al aclarar que también el Festival de Cine Fantástico-FANT se desarrollará, «con las debidas adaptaciones», a partir del sábado. Lo cierto es que no faltará variedad en la cartelera de los Golem en las próximas semanas. Eso sí, el documental de Malo es un punto y aparte. Inyecta pasión en vena por el séptimo arte. La cinta pasa volando, entre anécdotas, imágenes de archivo y muchas, muchas fotos de rodajes.
'Olea... ¡Más alto!' no es una hagiografía para mayor gloria del cineasta bilbaíno. No se esconden los desencuentros ocasionales con intérpretes como Imanol Arias, Arturo Fernández y Assumpta Serna. La vida en los platós tiene sus luces y sus sombras. De todo eso hablan José Sacristán, Concha Velasco, Imanol Arias, Fernando Guillén Cuervo y Ana Belén, entre otras muchas estrellas que desfilan por el documental; sin que falte la opinión de un productor todopoderoso como José Frade; las reflexiones de José Luis Garci; además de una de las últimas apariciones de Arturo Fernández. «Me considero muy afortunado por todos los profesionales que han trabajado conmigo. Y otra cosa muy importante: siempre he gozado de buena de salud y tengo sentido del humor. Eso es fundamental para resistir», admite un hombre que fue capaz de fichar a Juan Pardo y Antonio Morales para una película de alienígenas titulada 'Juan y Junior en un mundo diferente' (1970). Toda una sorpresa.
«No sé qué tomaban en aquella época, ja, ja. Es como si ahora te plantearas una historia en la que Bustamante y Bisbal son abducidos por extraterrestres», reconoce Malo sin ocultar su más profunda admiración «por uno de los grandes de la profesión que ha dado nuestra tierra». Amigo de actores y cantantes, Pedro Olea no oculta que su primera vocación fue la interpretación. Le atraía la magia del escenario y el calor del público hasta que a los siete años un fraile del colegio de Los Maristas de Bilbao al escucharlo declamar le gritó: «Olea, ¡más alto! Olea, ¡más alto!». Así acabó su incipiente carrera de actor y empezó a soñar con mover los hilos desde la sombra. «Pensaba que también podía ser muy divertido y no me equivoqué».
Hijo de un directivo del Banco de Bilbao, terminó trabajando con luminarias del cine español como Lola Gaos, José Luis López Vázquez, Paco Rabal, Fernando Fernán Gómez, Amparo Rivelles..., además de figuras de proyección internacional como Omero Antonutti, Geraldine Chaplin y Giancarlo Giannini. Nunca pensó que llegaría tan lejos. Él se limitaba a trabajar lo mejor que sabía y podía. Con muchos éxitos y algún batacazo, porque nadie es infalible «y en esta vida hemos venido a aprender». Sin hacerle ascos a nada. Lo mismo le hincaba el diente a libros sobre técnica cinematográfica que a las delicias gastronómicas chinas o brasileñas, «porque mi familia tenía un restaurante en el Casco Viejo y eso marca».
En su filmografía de más de 20 películas y trabajos para televisión, hay títulos especialmente sobrecogedores que definen una época: 'El bosque del lobo' (1970), con José Luis López Vázquez en la piel de un hombre marginal y enfermo, al que persigue la fama de asesino caníbal; 'No es bueno que el hombre esté solo' (1973), de nuevo con López Vázquez, esta vez en el papel de un hombre locamente enamorado de una muñeca; y 'Pim, pam, pum... ¡fuego!' (1975), con guion de Rafael Azcona, ambientada en los durísimos tiempos de la posguerra con Concha Velasco como corista y Fernando Fernán Gómez en el rol de estraperlista.
«No ocultas tu compromiso político cuando te pones detrás de la cámara, ¿verdad?», le deja caer en un momento del documental la protagonista de 'Pim, pam, pum... ¡fuego!'. Entonces el cineasta bilbaíno sonríe, con inocencia y seguramente la misma mirada que tenía cuando el fraile le espetaba: «¡Más alto! ¡Más alto!». Hay cosas que se sienten y no hace falta vocearlas. «A mí me gusta la gente, la libertad y aprender. No quiero dejar de aprender nunca».
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