Agnès Varda se empeñó en ser directora cuando las mujeres detrás de la cámara se contaban con los dedos de una mano. Empezó en 1955, cuatro años antes de la Nouvelle Vague. Casi todos los inventos atribuidos a cineastas modernos son formas de mirar la ... vida que ella ya utilizaba hace medio siglo. En 'Cleo de 5 a 7' (1961), su película más popular, seguía en tiempo real a una mujer que espera el resultado de unas pruebas médicas. Poesía, prosa y ensayo se entremezclan en una filmografía que rompe con las barreras entre el documental y la ficción.
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Su propia vida era la materia de su cine, como en 'Caras y lugares' (2017), su última película estrenada entre nosotros, donde recorría Francia junto al artista y fotógrafo callejero J. R, una suerte de Banksy galo que se ha hecho célebre instalando sus gigantescos trabajos en lugares públicos. «Filmo mis manos con sus venas y arrugas y se las enseño a mis cinco nietos. Ellos dicen que su abuela tiene paisajes en las manos», contaba la viuda de Jacques Demy, el inolvidable autor de 'Los paraguas de Cherburgo'.
Varda ha fallecido en la madrugada del viernes a los 90 años víctima de un cáncer de mama. La mítica realizadora de la Nouvelle Vague, nacida en Bélgica pero de nacionalidad francesa, había presentado hace poco más de un mes en la Berlinale su último trabajo, 'Varda by Agnès'. En el festival alemán anunció que se retiraba del cine para centrarse en las instalaciones artísticas. Estuvo aferrada a una cámara hasta el final de sus días y hace dos años recibió, entre otros homenajes, el Oscar honorífico de manos de la actriz Angelina Jolie y el Premio Donostia del Festival de San Sebastián, el primero que recaía en una directora.
«Es como una broma», confesaba a EL CORREO. «Los Oscar se los dan a personas muy conocidas que han hecho ganar mucho dinero. Directores que son como los bancos. Y mis películas nunca han recaudado nada». Varda incluso pensó en no recoger la estatuilla, pero su hija le preguntó si estaba loca. «Soy una pobre artista francesa que recibe un Oscar, eso me hace reír, pero no puedo negarme. En América gusto mucho a los cinéfilos, a una pequeña y marginal parte de la población».
La propia directora se retrataba como «un dinosaurio de la Nouvelle Vague», la única mujer entre los 'jóvenes turcos' que cambiaron la faz del cine en los 60: Truffaut, Godard, Chabrol y compañía. En los últimos tiempos sufría degeneración macular, una enfermedad que hacía que viera borroso. Pese a ello, seguía rodando películas libres, rompedoras y emocionantes como 'Los espigadores y la espigadora' (2000), un hermoso y original documental sobre los recolectores de sobras en la sociedad del bienestar. Un poético manifiesto que reflexiona sobre la cultura del despilfarro y en el que Varda se valía de una pequeña cámara digital para recoger personalmente los testimonios de gente que rescata de la basura materiales para su supervivencia, trabajos sociales o incluso creativos. Una clase subalterna a la que nadie parece tener en cuenta y que fascinó a una realizadora que forzaba las fronteras del documental para narrarse a sí misma, para practicar la autobiografía filmada.
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«Creo que voy a parar e ir tranquilamente, si es posible, hacia la muerte», anunciaba hace dos años en San Sebastián. Y es que la muerte a esta mujer menuda de inconfundible melena corta bicolor no le asustaba. «Tengo muchas razones para vivir, no solo el cine. Mi cuerpo se estropea, pero todavía puedo trabajar con mucho placer. Estoy rodeada de gente que me ama y me protege, como mi hija, que se encarga de la producción».
Nacida en Bruselas en 1928 con el nombre de Arlette Varda (se lo cambió legalmente a los 18 años), su padre procedía de una familia de refugiados griegos y su madre era francesa. Estudió Historia del Arte y empezó a trabajar como fotógrafa, pero pronto se pasó al cine. Debutó en el largo en 1955 con 'La Pointe Courte', que narraba la historia de una pareja en una ciudad de provincias. Todavía faltaban cuatro años para que Truffaut inaugurara la Nouvelle Vague con 'Los 400 golpes'.
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Agnès Varda se casó dos veces. La primera con el director teatral Antoine Boursellier, con quien tuvo una hija, Rosalie Varda, directora artística y productora, y con Jacques Demy, a quien acompañó hasta su muerte en 1990 y de cuyo matrimonio nació el actor Mathieu Demy. A él le rindió varios homenajes fílmicos en películas como 'Jacquot de Nantes' (1991) y 'L'univers de Jacques Demy' (1995). «Hay una frase de Simone de Beauvoir que me gusta mucho: 'Una no nace mujer: se hace'». relataba la directora a este periodista. «La conciencia de ser mujer se puede construir. Cuando yo empecé había solamente tres o cuatro directoras. ¿Por qué no continuaron? Quizá no fueron suficientemente osadas, pero ahora hay cientos de directoras en Francia».
Agnés Varda fue una mujer moderna que viajó por todo el mundo y vivió intensamente. Amiga de Jim Morrison cuando el músico se estableció en París, también vivió en Los Ángeles junto a Demy y se fue a Cuba a principios de los 60 a sacar más de 4.00o fotos del país. «No he querido hacer ficción con actores conocidos o adaptaciones de libros, sino que he intentado que el cine provenga de la vida», defendía. «Mis películas vienen de mi vida, de mi condición de mujer pero también de ciudadana, esposa, abuela».
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