Entra en el foyer del Teatro Arriaga con las manos en los bolsillos. Diminuto, de cráneo poderoso y mirada afilada. Barre el panorama con un solo golpe de vista. Pero muy discretamente. Así es Wang Bing (Shaanxi, República Popular China, 1967), un hombre que no ... pierde detalle. Registra su entorno minuciosamente, sin molestar ni cambiar nada. «La realidad es la realidad. Yo la reflejo tal cual es. La normalidad tiene un valor», reflexiona el documentalista chino, con los ojos clavados en su interlocutora, poco antes de que el Festival Internacional de Cine Documental y Cortometraje de Bilbao-Zinebi le entregue el Mikeldi de Honor, un reconocimiento que el certamen también ha otorgado a Claire Simon y Márta Mészáros.
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«Me siento muy honrado. Yo no hago lo que hago para ser reconocido sino porque me gusta. Es mi misión», proclama el director de cintas tan sobrecogedoras como 'Dead souls', una crónica monumental de 8 horas sobre los campos de trabajo chinos, y 'Mrs. Fang', que aborda durante 86 minutos el declive y agonía de una mujer enferma de alzhéimer. Es un artista que nunca deja indiferente y en el trato personal se muestra muy comunicativo. Este domingo, en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, dirigirá una masterclass y se proyectará la primera parte de la retrospectiva de su obra. El lunes, se pondrá el colofón con 'Man With No Name', un filme con el que Wang Bing rinde homenaje a un compatriota que sobrevive de espaldas a la sociedad.
- Usted inmortaliza en sus documentales a las víctimas del sistema político y socioeconómico de China. ¿De verdad no ha tenido nunca problemas con las autoridades?
- No. Yo grabo la realidad. Los hechos. La vida de la gente. Mis películas no se proyectan públicamente en mi país pero puedo trabajar.
- De forma infatigable. Su primer documental, 'Al oeste de los raíles' (2004), no solo aborda con tintes épicos la decadencia industrial sino que... dura nueve horas.
- Es mi forma de hacer las cosas. Me atengo a mis valores.
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- ¿Que son?
- Respeto y honestidad.
- En sus inicios usted se ganaba la vida en la Agencia China para la Información y Producción de Cine y Documentales.
- Hasta mi primera juventud solo tuve acceso a cine político. Pura propaganda. Terminé harto, por eso tomé una decisión en 1999. Quería centrarme en la gente. En las personas normales. La vida y nada más.
- ¿Qué le hizo cambiar?
- El cine italiano. Pier Paolo Pasolini, Federico Fellini y Michelangelo Antonioni me removieron por dentro. Nunca había visto tanta humanidad en la pantalla. También Ingmar Bergman me impactó. Por eso cambié de rumbo. Ejercí mi libertad en la medida de mis posibilidades.
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- La libertad no es un concepto muy popular en su país.
- En la época de mis padres era inexistente. El régimen comunista se imponía en todas las facetas de la existencia. Ahora hay una apariencia de libertad. Puedes elegir tu trabajo pero en algunos casos, sobre todo cuando hablamos de la gente del campo que se ha marchado a la ciudad, la situación... (silencio).
- Las condiciones serán terribles.
- Trabajan, trabajan y trabajan. No se lo puede imaginar.
- Hay quienes piensan que China marcará las tendencias de Occidente en el futuro.
- (Sonrisa) Cada país tiene su pasado. No lo creo. La influencia será mínima. China no determinará el futuro de Occidente.
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- Usted tiene una hija de dos años. ¿En qué medida ha cambiado sus prioridades la experiencia de la paternidad?
- En ninguna medida. No tengo un concepto de la familia. La dejé siendo muy joven. Con el tiempo encontré algo dentro de mí y aquí estoy. Soy un hombre sencillo. En mi país nadie me conoce y aquí me dan premios. Yo solo querría que mi hija eligiera lo que debe hacer. Y que sea consecuente. Que persevere y haga bien su labor.
- ¿Nunca se ha planteado rodar cine comercial?
- Yo nunca he querido ser rico ni famoso.
- Aparte de rodar documentales, ¿hace usted algo más?
- Apenas tengo tiempo para nada más. Yo me gano la confianza de las personas que grabo. Les acompaño durante meses y meses. Trabajo en solitario o con muy poca gente. Siempre con la cámara digital al hombro.
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- Sin alterar nada de lo que ve.
- ¿Por qué iba a hacerlo? Hay belleza en la normalidad.
- ¿No será usted un místico?
- Yo creo en las personas. Y todas las personas necesitan lo mismo. Libertad y derechos. Un ambiente justo para crecer. Nada más. Y por lo demás, no hacen falta muchas cosas para vivir. Y tampoco para ser feliz.
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