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Una mujer herida, desesperada y atormentada por el abandono de su amante. Un monólogo telefónico o una mini tragedia de palabras y silencios. Esta es la trama, el melodrama y el conflicto universal que se refleja en 'La voz humana', la última película de Pedro ... Almodóvar que se estrena en las pantallas españolas el próximo miércoles 21. La obra es una adaptación libre del clásico teatral de Jean Cocteau y también la primera película del realizador manchego en lengua inglesa y su primer corto -30 minutos de metraje- desde hace 11 años.
Rodada en tan solo dos semanas el pasado mes de julio, la cinta se presentó en el último Festival de Venecia con una excelente acogida por parte de la crítica. Tilda Swinton, la actriz ideal para esta adaptación, interpreta a una mujer anónima -quizás una actriz o una modelo en declive- que espera la llamada de un amante esquivo y negligente, al que solo puede decir adiós por teléfono sin que se pueda oír la voz de aquel. El universo femenino es tan omnipresente en la obra de Cocteau como en la de Almodóvar. Una influencia que ya ha tenido precedentes en el cine del español. Si en 'La ley del deseo' (1987) Carmen Maura interpretaba a una actriz transgénero que en un momento representaba un pasaje de la obra de Cocteau, también en 'Mujeres al borde de un ataque de nervios' (1988) se puede encontrar una manifiesta influencia de la obra vanguardista del autor francés.
En su nueva película Almodóvar adapta libremente el texto de Cocteau, introduciendo no solo su singular visión melodramática de la soledad y la desesperación pasional y amorosa, sino también su peculiar estética en Technicolor y hasta alguno de sus conocidos guiños surrealistas. «Estas son las reglas del juego, la ley del deseo», suspira en un momento dado de su monólogo telefónico Tilda Swinton, en cuya interpretación mezcla con maestría diversos estados de ánimo, ya sea la aceptación masoquista o la súplica inmadura ante el abandono de su amante, como igualmente la desesperación cuasi asesina o suicida, quizás ambas a la vez.
Al haber sido rodada íntegramente durante la pandemia y en un hangar que también incluye el apartamento de la protagonista, la película parece sugerir una metáfora de la soledad urbana y el aislamiento durante el confinamiento, así como un nuevo rumbo en el cine de Almodóvar, ahora más alejado de lo coral y con mayor economía narrativa. Por lo demás, el diseño de producción de Antxón Gómez recrea a la perfección ese tradicional universo almodovariano, donde el drama y el conflicto humano se sitúan en un interior rebosante de fuertes contrastes cromáticos -verdes, azules amarillos y rojos, como en los somníferos o en el Balenciaga de Tilda Swinton-; y de imaginería kitsch o gore -con las 'pin-up' de Fred Vargas o las reproducciones naturalistas de Artemisia Gentileschi decorando las paredes-.
La música de Alberto Iglesias, mitad misterio y mitad thriller, y la notable dirección de vestuario de Sonia Grandes también sirven poderosamente para que Almodóvar narre cinematográficamente la ansiedad tormentosa de una mujer sufriente y la dimensión teatral y dramática de un monólogo, de una voz humana, que expresa desolación.
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