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Nada que objetar a la ingesta de vino empapado en una buena dosis de hachís y unas cuantas setas alucinógenas. Cada quien busca su paraíso ... o su infierno como bien le place. Nada que objetar a que Johnny Depp, a quien muchos de nosotros seguimos amando, decida dirigir otra película. Nada que objetar, faltaría más, no solo a Amaedeo Modigliani, convertido hoy en un auténtico icono pop estampado en camisetas, sino menos aún a criaturas de la insolente demencia de Chaim Soutine o Utrillo, que llegaría a inspirar 'Un americano en París'. Nos encanta la presencia en esta desmañada, despendolada y desparramada película de Beatrice Hastings porque además de compartir lecho, vida, vino, hachís y setas con Amaedeo, aparte de ser periodista de raza, fue amante de Katherine Mansfield. Nos encanta la máscara veneciana del médico de la peste y nos hace gracia que De Niro y Pacino compartan cartelera. A más de más, la I Guerra Mundial ejerce sobre nosotros una extraña seducción, muy distinta a la de la II.
Dirección: Johnny Depp.
Había pues motivos para que nos gustase este filme estrafalario y desmedido, extraña coproducción entre Estados Unidos, Reino Unido e Italia rodada en ¡Budapest! y hablada en inglés con pinceladas de francés e italiano que juega a ser ahora una película de la época del cine mudo en blanco y negro desvaído y al rato cualquier otra cosa coloreada así en plan bohemio.
Nos podría haber gustado. Siempre es un placer oír recitar a Baudelaire y Dante y hasta sería bonito poder considerarla una película 'maldita' y 'degenerada'. Pero ni por esas. Ni siquiera es estrambótica ni exagerada ni nada que te haga quererla por impía. Es simplemente, creo, una ridícula memez.
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