Crítica de 'El ministro de propaganda' (2024): Guerra total en el Imperio

Sin embargo, por más que en el Festival de Sevilla donde se proyectó escribiesen que estamos ante una «atrevida ficción», ante «un retrato del padre de las fake news, un así se hizo del Tercer Reich y una advertencia», la película de Lang, a quien apreciamos como se merece porque tiene dos buenos aunque algo púmbleos trabajos sobre Brecht, no deja de ser un armatoste muy pesado; un panzer cinematográfico dominado por el sordo, sólido y estático histrionismo (lo sé, la aparatosidad artística no suele casar con ninguno de los adjetivos que he usado) no solo de sus intérpretes sino de sus personajes, que no hacen más que reproducir los diarios, las soflamas y las órdenes de Goebbels mientras las situaciones y la cámara también se muestran fatalmente anquilosadas. Eso sin contar la espantosa declaración de intenciones del director, expresadas mediante una serie de frases rimbombantes sobre la pantalla en negro. Parecen una extraña mezcla de petición de perdón y aviso a navegantes. De un cobarde. Porque cuando afirma saber que es arriesgado tomar el punto de vista de los malvados se diría que Lang se creyera el primero en haberlo hecho. Como si, aparte de otras mil más, no existiera, por ejemplo, 'La zona de interés' de Glazer y Amis.

Fallan también Lang y los suyos al decidir ficcionar lo que podría haber sido un espléndido documental. Lo sé, se suele tomar esa decisión para llegar a más espectadores. Pero hay que hacerlo bien. Mejor al menos.