Crítica de '¡Lumière! La aventura continúa' (2024): Cuando el cine se hizo cine

Sería una pena que no aprovecharan los minutos que le quedan a este último jueves de invierno para ver en salón cinematográfico este tesoro compuesto por decenas de joyas dado que uno de los afanes, si no el mayor, que mueve a su director, guionista y montador amén de, en colaboración con otros, restaurador, es el de traer aquellas primeras obras del Cinematógrafo a esas pantallas a las que pertenecen, pero donde prácticamente nunca las vemos: las más grandes posibles. Piensen (y pásmense) que ya en 1900 Edouard Lumière hizo uso de celuloide de 75 mm, prodigiosa película de asombrosas limpieza, luminosidad y capacidad para abarcar un campo visual casi absoluto.

Hay que ver '¡Lumière! La aventura continúa' en cines, en salas principescas. Para deshacernos de nuestra atolondrada idea de que aquellos miles de primeras películas eran, sin más, trozos primitivos de lo que un día llamaríamos Séptimo Arte. Al contrario, Frémaux, director del Instituto Lumière, del Festival de Cine Lumière y del Festival de Cannes, nos ayuda a ver, tantos años y tantos filmes después, que allí estaban anunciados Eisenstein y Jean Vigo, 'La diligencia' y 'Zéro de conduite'; que décadas (muchas) antes de los planos secuencia de 'Nostalghia', 'Sneak Eyes' o '1917' ya hubo otro, espléndido, en una filmación de 59 segundos, 'Batterie de montagne'. Nos insta a encontrar a Ozu en esa escena que muestra a una familia japonesa comiendo o nos lanza al vértigo de soberbios travellings realizados cuando quizás ni los padres de los padres de ustedes habían nacido. Yo que ustedes este jueves vería cine en el cine.