Crítica de 'El cuervo' (2024): Volver de entre los muertos

Sabes que sus maneras son de otra época y su narrativa, escasa. Pero no te importa demasiado. Te embuja. A pesar de todo. Te hechiza su estética. La figura de su protagonista, que vuelve de entre los muertos para recuperarla a ella, asesinada por quienes eran los dueños de su alma, de su mente, de su cuerpo. Esta rodada en Bulgaria, en esa Centro Europa siempre tan misteriosa e inquietante. También en Alemania. Su paisaje es húmedo, resbaloso, rezuma sangre, barro, lágrimas negras.

Alguien ha escrito que es 'increíblemente horrible'. No estás de acuerdo. Te gustan su tono sobrío y sus modales góticos.

No ignoras que su línea argumental es escasa y que en sus primeros bandazos recuerda a muchas de todas esas películas románticas en las que Hero Fiennes interpreta al chico malote del que se enamora tontamente la heroína (pero menos). Sí, me refiero a esos 'After', sí. Pero la Muerte es poderosa, el ser maligno está interpretado por un Huston y en la tétrica banda sonora se escucha a Joy Division, Enya y Debussy.

El diseño de producción a veces da ganas de carcajearte y otras te parece desbaratado, desnortado y hortera. Ni siquiera te puedes agarrar a la presencia (desaprovechada) de esa enigmática cantante que es FKA Twigs, pero, quieras que no, el filme ejerce sobre ti un magnetismo fatalista, por más que se arme un lío con sus conceptos y sus ideas visuales. Y sí, también te gusta porque te recuerda a Orfeo y Eurídice.