Ciertamente agridulce

Un auténtico paraíso, claro, de no ser porque los artistas y creadores culturales de nuestro país no consiguen una remuneración justa para mantener su trabajo, su proyección exterior es insuficiente y encima la creación de nuevos públicos para la cultura por parte de las políticas públicas también parece deficiente. Todo este diagnóstico de fortalezas y debilidades deriva de la encuesta que nutre el 'Informe sobre el estado de la cultura en España 2022', presentado esta misma semana por la Fundación Alternativas, el prestigioso «think tank» vinculado tradicionalmente con la izquierda. Pues quizás sea por esa misma adscripción ideológica, la misma que solo concibe la exclusiva responsabilidad de los poderes públicos en la promoción cultural, por lo que el informe prescinde de reflexionar sobre la aportación que podría realizar una industria cultural privada, algo que en nuestro país solo se concibe en el sector audiovisual, donde su dinámica también está subordinada a las subvenciones públicas.

Que aquí no haya y no se promueva una verdadera industria cultural privada, independiente y de dimensión competitiva, no solo es un problema que afecta a la autonomía creativa y al retorno económico de los creadores, sino también al propio prestigio exterior de nuestra cultura. Véase si no el audiovisual español, ponderado por el informe en su proyección internacional o en ese objetivo de convertirnos en el hub europeo del sector, cuando la realidad no es otra que la reciente aprobación de una ley condicionada por las cuotas lingüísticas y las mil demandas de los grupos políticos. En fin…

Decididamente el cabaret como sublime género escénico está en franco retroceso, por mucho que en su nuevo formato, el dinner-show, es decir, la cena espectáculo, se haya reverdecido con un remedo entre Operación Triunfo y el Club de la Comedia. El viejo cabaret era menos comercial y más exuberante en sus plumas y brillos, más desprejuiciado en su frivolidad y en su descarnado erotismo. Otros tiempos, otras vanguardias, otras vedettes como la Mistinguett en el Moulin Rouge, otro erotismo como el de las Bluebell Girls en el Lido y hasta otras piernas, largas y danzantes, como las de las gemelas Kessler. El cabaret ya es solo un sucedáneo, insisto, una marmita turística donde se cuecen géneros comerciales. Lo último en este declinar es el anuncio del cierre y reconversión del Lido parisino en sala para espectáculos musicales. Pues eso, adiós a la plumas y al brillo nostálgico de la frivolidad.

El mercado internacional del arte sigue pujante y confiado en la normalidad de la post-pandemia, a pesar de los oscuros nubarrones que se atisban en el horizonte por causa de la guerra de Ucrania y del temor a una posible contracción económica. Tal es el sentimiento expresado la semana pasada al cierre de la principal feria europea del sector, Art Basel, cuyo balance en términos comerciales fue exitoso. Por ejemplo, la galería Hauser & Wirth informó que había vendido al poco de la inauguración obras por un importe de 75 millones de dólares, de los que 40 corresponden a una 'Araña' de Louise Bourgeois. Como todos los años, en Art Basel se presentó el prestigioso informe sobre el mercado del arte que realiza Clare McAndrew, donde se constata la enorme resiliencia del sector ante las crisis, la visión optimista de los galeristas a largo plazo y el creciente interés por el arte digital y los NFT. Naturalmente, el informe no recoge ni la crisis reciente de las criptomonedas, ni mucho menos el temor creciente a una recesión el próximo otoño.