Ramón Albertus | Natxo artundo | Isabel Urrutia | Oskar Belategui
Domingo, 19 de marzo 2023, 13:21
Como todos los años, les llamarán por teléfono para felicitarles. Es el Día del Padre y se les tiene más presentes que nunca. De ellos tienen el apellido y también mucho talento. La obra de Guerricaechevarría, Ibarrola, Marco, Trincado... seguirá dando que hablar porque los ... hijos y las hijas hace tiempo que han tomado el testigo. Nadie es una réplica exacta de su progenitor. Solo coinciden en una cosa: no existe la inspiración de las musas sino la transpiración. Hay que sudar y sudar para salir adelante en el mundo de la cultura.
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El pasado octubre, Laura Guerricaechevarría (1997, Vitoria) estrenó su primer cortometraje 'Holiday' en el Festival de Sitges. Fue más que especial. «Es mi festival favorito y resulta que el cine en el que se proyectó, Casino Prado, fue el mismo en el que mi padre, cuando tenía mi edad, estrenó su primer trailer de 'Acción mutante'», cuenta la joven cineasta que empieza a despuntar con sus primeras producciones.
De alguna manera se cerraba el círculo con su aita, Jorge Guerricaechevarría, uno de los guionistas ('Celda 211', 'El día de la bestia', 'Las leyes de la frontera') más reputados del panorama español. Aunque Laura no tuvo claro que se quería dedicar al cine hasta hace un par de años –tras acabar la carrera de Bellas Artes y trabajar en dirección de arte–, sus caminos han acabado coincidiendo en el séptimo arte. «Vemos muchísimas películas juntos y me encanta comentarlas con él. Igual nos tiramos un día entero haciendo referencia a distintas escenas o a lo que nos ha impactado. No hay un día en el que no hablemos de cine». Cuando su padre ganó el Goya a mejor guionista por 'Celda 211' se lo dedicó. ¿Qué le dedica ella en este Día del Padre? «Muestro devoción por mi padre diariamente. Sería bonito tener un detalle, pero creo que lo mejor que podíamos hacer para celebrarlo es ir juntos al cine, cenar y hablar de ello».
Hoy hay que felicitar mucho a Kintxo. No sólo porque es progenitor por partida cuádruple, sino porque también es su aniversario. Uno tan redondo como el número 60. Como músico, Joaquín Marco ha recorrido largas distancias nocturnas en las verbenas del grupo Drakar o numerosos locales y escenarios en las actuaciones de Viento de Locos, con Enrique Loyola al frente.
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Pero los bajos artesanos que ha creado como luthier se llevan la palma. De Estados Unidos a Japón, de Argentina a Noruega o de Canadá a toda Europa. Sólo Australia y Rusia se quedan al margen de sus notas graves, sobre todo con el 'Marcústico'. Hueco, con forma rara y con querencia al sonido de contrabajo, su excelencia ya la han probado Marcus Miller o Avishai Cohen y lo usa como nadie el monstruo italiano Dario Deidda. «La gente los escucha y se venden solos», subraya el creador del original bajo.
Su pasión por la música ha resultado contagiosa, ya que toda su descendencia ha estudiado en el conservatorio «sin que yo les dijera que lo hicieran, ha sido su opción». Incluso intentaba desanimar a su tocayo que, sin embargo, se ha convertido en un reconocido contrabajista y bajista (por ejemplo, con los hermanos Plágaro). «Creo que empiezan porque te ven hacer. Son la versión mejorada de su padre. Es un orgullo».
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Y ahora, a sus 23 años, Mario Marco se ha sumado a la otra faceta creativa y profesional de Kintxo. Desde la formación en ingeniería de diseño industrial, busca optimizar los procesos de construcción de instrumentos y hasta crear herramientas específicas. Como la que facilita la construcción artesana de fonocaptores que darán sonido amplificado a los 'Marcústicos'. «Todavía no sé hacer un bajo completo, así que intento mejorar los pasos que ya conozco», señala el joven.
«Para empezar, le ha dado toda la vuelta al taller», al que ha dotado de organización y abundante luz, además de restarle esos numerosos ecos de Diógenes como trozos de madera sobrantes y otros elementos que convertían un local amplio en un cajón de sastre. No, de luthier.
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Cero divismo. Cero banalidad. Es lo que caracteriza a los Ibarrola, padre e hijos. «Y lo mismo se puede decir de aitite. No ha perdido el acto reflejo de pintar. La disciplina del artista sigue ahí. ¡Día tras día!», subraya Naiel Ibarrola, nieto de Agustín y primogénito de Jose. En su caso le borbotea la creatividad y las ganas de hablar. Tiene 36 años y una pasión desbordante. Ilustrador, compositor de bandas sonoras y pianista, raro es el concierto en el que no termina llorando en el escenario. «No lo puedo evitar. Transmitimos emociones y eso es muy intenso, algo muy de verdad. No nos da ninguna vergüenza hacerlo».
Su hermano Martín, librero en Sopa de Sapo, escritor, espeleólogo y explorador nato, ya sea en la Amazonia peruana o Egipto, sonríe al escucharle y asiente con la cabeza. Es el más callado pero tampoco se duerme en los laureles. «Trabajamos duro pero, ojo, desde el disfrute. El éxtasis no llega el viernes de cara al fin de semana, si no en el día a día. He cumplido 31 años, una edad en la que ya piensas en la vejez y hacer lo que te gusta ayuda mucho».
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«Los chicos me mantienen al corriente de muchas cosas. Que si internet, que si lo digital, que si la inteligencia artificial...», enumera Jose Ibarrola, al tiempo que golpea las anchas espaldas de Martín. «Eso es muy enriquecedor. Tus obsesiones se expanden sin límites», constata un artista de 67 años que se vuelca en la pintura, la escultura, la ilustración y la escenografía.
Azucena y Violeta Trincado nunca entendieron muy bien de pequeñas a qué se dedicaba su padre. Era algo natural que la casa estuviera llena de guiones y cintas de vídeo. Cuando iban a Madrid, los amigos de sus aitas eran gente como Javier Krahe, Antonio Resines y El Gran Wyoming. Las hijas de la directora Ana Murugarren y Joaquín Trincado, el productor esencial del cine vasco que dio la primera oportunidad a Enrique Urbizu y Álex de la Iglesia, siempre se han encontrado cómodas con adultos.
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Aquellas gemelas que pululaban por los rodajes de la factoría Trincado hoy tienen 28 años y han roto las amarras con Bilbao y la familia. Azucena ya habla con acento tras cinco años en Estados Unidos. Realiza el doctorado en la Universidad de California en Santa Bárbara y se ha casado con una estadounidense. Su padre, que también estudió en América, la animó a probar suerte en el extranjero. Sus trabajos como actriz, guionista y auxiliar de dirección en las producciones paternas ayudaron a que en la universidad se fijaran en ella. «Todos los recuerdos de mi infancia están mediados por el cine», rememora. «Veíamos en televisión clásicos en blanco y negro. A los once años empecé a entender a qué se dedicaba mi padre y que en el cine cada persona cumple un rol».
Por su parte, Violeta fue script en 'Tres mentiras' y 'La higuera de los bastardos' y dirigió un corto antes de darse cuenta de que, como su padre, lo suyo era la parte financiera del cine. Cursó un máster en distribución y hoy trabaja vendiendo esas telenovelas turcas que arrasan en audiencia. «Me paso el día cruzándome whatsapps con mi padre sobre audiencias y cifras, somos dos friquis», apunta Violeta. Joaquín dice, por su parte, que «mantengo una conexión intelectual con ellas. Es como si la diferencia de edad se fuera achicando según pasan los años».
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Fue padre a los 35 años y lleva casi 50 consagrado a la docencia. Ahora tiene 71 y dos nietos. «¿Los hijos? Nunca se sabe. Pueden tener los mejores modelos en casa y en la escuela, pero luego... salir un horror. Y también sucede lo contrario», reflexiona Félix Goñi (San Sebastián, 1951), bioquímico, cirujano, cantante lírico en sus ratos libres, apasionado de la pirotecnia y promotor del concurso de fuegos artificiales de la Aste Nagusia.
Sus dos hijas, Inés y Helena, de 36 y 32 años, no han podido evitar seguir el ejemplo de trabajo que veían en casa. Inés Goñi está casada con un jugador internacional de ajedrez y concilia la vida familiar (tiene dos hijos, de seis y dos años) con su trabajo a jornada completa como profesora de ruso en la UPV/EHU, la actividad como cantante de la banda Mississippi Queen & The Wet Dogs y su papel como corista de los Travellin'Brothers y miembro del coro de góspel Goizargi. «Hay que buscar el equilibrio. No es fácil pero yo creo que en esto también le debo mucho a mi padre. Somos optimistas por naturaleza».
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«Él nunca me quitó la ganas de hacer nada. Siempre me ha animado, ya fuera en los estudios de flauta travesera o Bellas Artes», recuerda Helena en conversación telefónica desde Nueva York, donde se gana la vida como artista y fotógrafa 'freelance'.
Félix Goñi está tranquilo: «Mis padres, que eran comerciantes, no se relajaron hasta que me hicieron catedrático en la universidad. No veían nada claro mi futuro. Yo, en cambio, no me preocupo. Las niñas saben lo que hacen».
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