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Tienen entre 40 y 89 años, pero no hay diferencias generacionales a la hora de plantar cara a la mar. Lo mismo da que luzcan ... tatuajes o se apoyen en muletas. Son de espaldas anchas y sólidas, trabajadoras jubiladas o en activo del sector pesquero en la costa vizcaína. Ayer ocuparon las primeras filas del auditorio del Museo Marítimo de Bilbao en la presentación del libro 'Geu be bagara itsasoa' (Mujeres de la mar), editado por Labayru Fundazioa con el patrocinio del Gobierno vasco, y parecían mosqueteras del salitre. Una para todas. Todas para una.
«¡Fuerza, cohesión y alegría! Lo nuestro era trabajar sin parar», recordada Guruzne Badiola (Ondarroa, 1954), veterana redera y portavoz de las 19 mujeres que han servido de fuente de información para las 165 páginas de la publicación bilingüe, que se complementa con 12 vídeos colgados en YouTube. Los textos de 'Geu be bagara itsasoa' llevan el sello de Akaitze Kamiruaga, responsable de las entrevistas de las que se han extraído las líneas maestras del libro. La más importante: «Queremos reivindicar a las mujeres, más allá de su papel de madre y esposa. Es habitual que siempre venga a la cabeza la imagen de los arrantzales, pero antes o después de la pesca tenían un papel fundamental las rederas, neskatilas, empacadoras, pescateras, armadoras, administrativas...», enumeró la redactora del trabajo nada más empezar la rueda de prensa.
La energía femenina ha menguado, pero no por falta de ganas. La flota vasca se ha reducido drásticamente y el oficio se resiente. A Badiola se le llenaban los ojos de lágrimas mientras desgranaba sus recuerdos. «En mi caso fueron más de 50 años de un feminismo espontáneo. Lo éramos sin saberlo, como tantas y tantas... Hacíamos las cosas con seriedad, todas juntas y sin complejos. Éramos un equipo. Nunca cuestionábamos a la jefa, se obedecía y punto pelota». Si había que ir al muelle a las seis de la mañana para coser las redes, «no preguntabas ni protestabas». Cuando ella entró en el gremio, las veteranas enseñaban a las más jóvenes «a cantar y rezar». El ánimo nunca decaía.
En los mejores tiempos, había «mogollón de rederas y ahora apenas tenemos». Más de lo mismo sucede con las empacadoras, como señaló Isaura Piñeiro (Ondarroa, 1968) a viva voz desde la primera fila del auditorio: «Quedan entre 15 y 17, las únicas en España». Las condiciones laborales han mejorado pero el relevo generacional no está garantizado. El futuro es más incierto que nunca. Badiola no ha tenido hijas y piensa que «de haberse dado el caso, les habría enseñado el oficio». Luego, ellas habrían elegido con libertad. «Los tiempos han cambiado y en eso no tengo nada en contra. Tengo un hijo que hizo Filología Vasca y es profesor. El pequeño estudió Informática». Ambos han heredado mucho de su talante jovial y emprendedor, «sin olvidar que el trabajo da salud y la independencia económica no debe faltarnos». Algo que ella siempre tuvo muy claro. Casada con un gestor administrativo –«un hombre de tierra para variar»–, nunca vio la necesidad de pedirle dinero.
Guruzne Badiola es la cuarta (y última) generación de hombres y mujeres de la mar. En 51 años de vida laboral nunca estuvo enferma y la lumbalgia no pudo con ella. La suya es una «casta dura», con dignas sucesoras como la pescatera Jaione de la Cruz (Santurtzi, 1980) que, después de 22 años trabajando en una farmacia, ha abierto una pescadería en el puerto de su pueblo. Es hija y nieta de arrantzales y su hermano tiene barco. Los genes y la vocación se imponen.
La historia de las trabajadoras del sector pesquero tiene mucho pasado y resiste en el presente. Es una seña de identidad colectiva muy marcada, un patrimonio inmaterial que el Gobierno vasco reconoce en aplicación de la ley de 2018 que no se limita a regular casas-torre o calles. «El trabajo de 'Geu be bagara itsasoa' responde a todos los criterios necesarios para merecer nuestro patrocinio», subrayó al término de la presentación Bingen Zupiria, consejero de Cultura. En las 165 páginas se suceden las fotos, en color y blanco y negro, entre las que no faltan las sardineras de Santurtzi. «Nos sentíamos parte de algo muy grande. Es importante saber que lo que haces tiene sentido», concluía Guruzne Badiola, con un ejemplar del libro bajo el brazo.
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Silvia Cantera, David Olabarri y Gabriel Cuesta
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