
La voz de Caruso no pasa de moda
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Hoy hace 100 años falleció el tenor que modernizó la forma de cantar con un estilo impetuoso que conquistó el mundo enteroEn su tierra natal, Nápoles, no lo querían porque era «un cantante corriente, nada operístico» y la legendaria soprano australiana Nellie Melba (que da nombre ... al melocotón) lo consideraba «poco sofisticado». Parece mentira, pero la carrera de Enrico Caruso (1873-1921) no fue un camino de rosas. Al menos, no desde el principio. Su debut en Milán con 'La Bohème' le deparó reseñas cargadas de bilis: «El tenorino ha querido dar un paso demasiado largo para sus piernas», se mofaba un crítico. Más adelante, su segunda y última función en Barcelona con 'Rigoletto' se zanjó sin miramientos en el diario 'La Vanguardia': «El público dio muestras de desagrado». Y todo esto porque el joven napolitano sonaba distinto. Había algo revolucionario en su voz.
Ahora, cuando se cumple un siglo de su fallecimiento, nadie se atreve a cuestionar a Caruso. No hay mejor homenaje que escucharle y se podrá comprobar que suena tan bien como siempre. Es lo que tiene haber sido un adelantado. Alguien que entró de cabeza en el siglo XX. Instintivo y temerario, se empeñaba en cantar a plena voz y eludía el uso exagerado del vibrato. ¿Qué significaba eso? Que fue de los primeros en alejarse de la caricatura que hacía George Bernard Shaw de los tenores, «esos tipos que suenan a ovejas lloronas». La carrera de Caruso apenas duró 25 años, entre 1895 y 1920, pero le bastó y sobró para cambiar radicalmente el gusto del público. Los 'balidos' tremolantes de intérpretes tan prestigiosos como Fernando de Lucia -al que se puede escuchar en disco y que cantó en el funeral de Caruso- dejaron de estar de moda.
El estilo del tenor napolitano se impuso gracias a la difusión masiva y mundial de sus discos. Vendió más de un millón en 1903 con el registro del aria 'Vesti la giubba' y llegó a grabar más de 245. Se le admiraba y escuchaba desde El Cairo a San Petersburgo, pasando por Buenos Aires. Estaba en el punto de mira de todos. Se codeaba con el zar Nicolás II, el papa Pío X y el presidente Theodore Roosevelt. Caía bien y tenía fama de ser generoso, con la voz y el dinero. Nunca se reservaba en el escenario -a costa de su salud y cuerdas vocales- y repartía billetes alegremente entre los amigos. Un dadivosidad de la que también sacó tajada La Mano Negra, una banda criminal italoamericana que operaba en Nueva York.
No dejaron de extorsionarle hasta que Joseph Petrosino -el primer sargento detective de origen italiano en Estados Unidos-se las ingenió para pillarles con las manos en la masa. Se hizo pasar por Caruso en un encuentro con los maleantes y los detuvo al instante. Los periodistas adoraban al tenor. Parecía un filón inagotable. No es de extrañar que protagonizara dos películas mudas ('My cousin' y 'The splendid romance'), lamentablemente de escasa calidad. Era un artista que sabía desenvolverse en el mundo del espectáculo. Le gustaba posar delante de las cámaras -muchas veces con un cigarrillo en los labios- y dibujaba caricaturas con maestría, sobre todo de sí mismo.
El humor le ayudó a sobrellevar su detención por haber pellizcado a una mujer en el trasero delante de la jaula de los monos en Central Park. Él alegó que todo se trataba de un montaje entre el policía que lo había arrestado y la supuesta víctima. No obstante, tuvo que pagar una multa de 10 dólares. Una anécdota delirante que hizo correr ríos de tinta y tuvo a la prensa muy entretenida, sobre todo al 'The New York Times'.
Con todo, Caruso se sentía cómodo en Estados Unidos. Vivía entre octubre y abril en la Gran Manzana, donde ofrecía más de 50 funciones cada temporada. Era la estrella del Metropolitan y una figura muy popular entre la comunidad inmigrante italiana. Prefería el trato con sus compatriotas y, en la medida de lo posible, evitaba los ambientes de la alta sociedad. En su juventud había trabajado como mecánico y operario en una fábrica de telas. Debutó como cantante a los 22 años y sabía lo que era pasar necesidad, dando tumbos de teatro en teatro de provincias, malpagado y ninguneado por algunos colegas.
Superventas
La prioridad de Caruso siempre fue llegar a la gente. De ahí que le gustara tanto interpretar canciones, lo mismo napolitanas que temas populares de la época. Nunca se le cayeron los anillos por cambiar de registro. Sus versiones de 'O sole mio', 'Santa Lucia' y 'A la luz de la luna' (con el barítono Emilio de Gogorza) no desmerecen en expresividad y nobleza a ninguna de las arias que le hicieron famoso en los templos de la lírica.
Dominaba unas 60 óperas -desde 'La Sonnambula' a 'Samson et Dalila'- y nunca tenía bastante. Siempre quería nuevos títulos, a ser posible con la tinta todavía fresca en las partituras. Le llenaba de orgullo haber participado en el estreno de 'L'arlesiana', 'Fedora', 'Adriana Lecouvreur', 'La fanciulla del West', 'Yupanqui'... La suya fue una época muy efervescente. Hace un siglo de todo aquello, pero Caruso sigue presente. Es el tenor de tenores. Todos los demás siguen su estela.
'El gran Caruso' (1951), de Richard Thorpe, fue un éxito mundial y demuestra el tirón del tenor napolitano. El biopic lo protagonizaba Mario Lanza y el guion se inspiraba en las dos biografías escritas por la viuda, Dorothy Park Benjamin. Hija de un reputado abogado de Nueva York, tenía 25 años cuando se casó con el cantante. La pequeña Gloria Caruso apenas era un bebé cuando su padre murió de peritonitis, tras largos y agónicos meses de un deterioro de salud vertiginoso -llegó a estar en coma- y continuos drenajes del tórax. ¿Sufría de cáncer de pulmón? Fumaba mucho y no se descarta esa hipótesis. Sea como fuere, el filme no profundiza en las causas de su fallecimiento. Tampoco dice nada de la soprano Ada Giachetti, con quien Enrico Caruso convivió entre 1897 y 1908, ni de los dos hijos que tuvieron, Rodolfo Caruso y Enrico Caruso Jr.
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