Momento crucial. Madama Butterfly y Pinkerton contraen matrimonio en presencia de las autoridades y gran parte de la familia de la joven japonesa. En medio de ambos, se encuentra la fiel criada Suzuki. fotos de enrique moreno esquibel

Butterfly lleva al público al borde del abismo

Colofón. La obra maestra de Puccini despide la temporada de la ABAO con una interpretación portentosa de Maria Agresta que sacudió conciencias

Domingo, 22 de mayo 2022, 03:52

Hay óperas que no perdonan. Desgarran y limpian por dentro. Nadie vuelve igual a casa después de asistir a una función de 'Madama Butterfly'. El ... broche de la temporada de la ABAO sacudió conciencias con la tragedia de Cio-Cio San. La joven japonesa se enamora a los 15 años y se suicida a los 18. Demasiado dolor, demasiadas desgracias y, sin embargo, una pureza de sentimientos que deja sin palabras. Con estos mimbres, salvo catástrofe o mala suerte, es muy fácil ganarse al gran público. Basta fichar a una profesional tan motivada y superlativa como Maria Agresta -que cantaba por primera vez el rol- para que los lagrimales abran sus compuertas. Quedaron pocos ojos secos al término de la función.

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La soprano italiana tiene una voz de lirismo penetrante y acerado, con un timbre más bien oscuro, que la ayuda en los papeles con una fortísima carga dramática. Fue muy creíble en su evolución de adolescente ingenua a mujer ciegamente enamorada, humillada y despojada de todo. La despedida del hijo (y de la vida) culminó una interpretación portentosa. La Orquesta Sinfónica de Bilbao, con el maestro húngaro Henrik Nánási al frente, se plegó a la partitura con respeto. Acertó en el abordaje puntillista, sin descuidar el aliento melódico. 'Madama Butterfly' es una ópera que integra en el belcanto la cadencia y el colorido de melodías japonesas. Predomina el 'parlando', no está compartimentada en números cerrados y solo tiene una gran aria de formato tradicional: 'Un bel dì vedremo...' (Un hermoso día veremos..), que concentra toda la fe de una mujer trágicamente cautivada. El cretino de Pinkerton, un militar chulesco de Estados Unidos, no se la merece.

La prepotencia imperialista se muestra con crudeza en toda la trama, ambientada en la ciudad de Nagasaki, a principios del siglo XX. No hay paños calientes. Es dura y brutal. Anoche todos los cantantes arroparon a Maria Agresta primorosamente, incluido el Coro de Bilbao, bien aleccionado por Boris Dujin, que hizo valer su categoría. El tenor Sergio Escobar, en el papel de Pinkerton, y la mezzo Carmen Artaza, como la fiel criada Suzuki, cumplían con la función del yin y el yang. Mientras él hacía gala de bravucón y seductor, ella era un dechado de empatía y compasión por Cio-Cio San. Todo muy calculado, salvo por el factor humano, que siempre da sorpresas. Sergio Escobar no tuvo su mejor noche -fueron evidentes sus problemas vocales- y, por el contrario, Carmen Artaza brilló como gran artista. Una mezzo de altura. La función se ofreció en memoria de Teresa Berganza, que entre otras cosas también fue una Suzuki memorable.

Llama la atención la presencia en momentos contados de Monique Arnaud, experta en el antiguo teatro nipón Noh

Mención especial también precisan el barítono Damián del Castillo (Sharpless, el cónsul de Estados Unidos), muy digno en su papel, y sobre todo el tenor Jorge Rodríguez-Norton (el casamentero Goro), capaz de brindar una actuación tan irreprochable y deliciosa que se ganó a los espectadores pese a la mezquindad de su personaje. Sin olvidar al bajo-barítono Fernando Latorre (el tío bonzo de Cio-Cio San) que tiene una única escena estelar, pero le basta para impactar a todos. Su inconfundible voz tonante se ajusta muy bien al rol, pero el melenón hippie y el maquillaje colorista resultan difícil de imaginar en un monje budista. Cada día se aprende algo.

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También llamó la atención Monique Arnaud, experta en la práctica del antiguo teatro japonés Noh. Además de ser la responsable de la coreografía, aparece acertadamente en un puñado de momentos. Impávida, rígida y con gesto que augura la tragedia, nos habría gustado verla más tiempo sobre las tablas. Por lo demás, el montaje del regista Stefano Monti es tradicional y vistoso. Data de 2003 y mantiene su enfoque inicial, respetuoso con la música. El hieratismo escénico, con puertas deslizantes, sombrillas y abanicos, algunos juegos de luces y sombras chinescas, deja toda la fuerza dramática a la partitura.

Lo insólito fue el detalle freudiano del segundo acto. Una estructura abstracta, de grandes dimensiones, sobre la que se apoya la fotografía de Pinkerton que atesora Cio-Cio San. Imposible no fijarse en esa forma protuberante junto a otra ligeramente cóncava. Conforme al libreto, que en las óperas de Puccini no deja nada al azar, debería haber una estatua de Buda junto a la foto y no unas esculturas que simbolizan un pene y una vagina. No son imaginaciones, se trata de un efecto buscado por los responsables escénicos de esta producción de la Fondazione Teatro Comunale di Modena. En definitiva, un guiño a la fertilidad rotundamente explícito.

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Instante de gran dramatismo, antes de que Cio-Cio San se quite la vida.

El padre se hizo el harakiri

¿Qué se puede decir de Cio-Cio San, una chiquilla de Nagasaki, hija de una buena familia venida a menos? Pues que la muerte del padre, obligado a hacerse el harakiri por una cuestión de honor, ha determinado su existencia. Obligada a ganarse la vida como geisha, ella siempre ha anhelado algo más. Quiere ser libre, amada de verdad y vivir en el supuesto país de los derechos y el progreso. Por eso deposita todas sus esperanzas en un militar norteamericano. Vanas ilusiones. De principio a fin ese sujeto actúa como un hijo de mala madre. Aun así, todo hay que decirlo, interpreta con Cio-Cio San uno de los dúos de amor más hermosos de la ópera italiana.

Se prolonga cerca de 15 minutos y está a la altura del que escribió Verdi para 'Otello'. La diferencia es que en 'Madama Buttefly' los amantes no hablan el mismo lenguaje. Uno expresa anhelo y prisas, mientras que ella, mucho más sensitiva, siente que el mundo entero («¡dulce noche! ¡cuántas estrellas!») la acompaña y arrulla, sin poder evitar un escalofrío ante la pregunta que le hace Pinkerton sobre si sabe «las palabras que calman los ardientes deseos». Sí, claro que las conoce, solo que «quizás no quiera decirlas porque teme que la maten». Cio-Cio San no se anda con rodeos.

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La autodestrucción es una constante en Butterfly. Un aleteo de mariposa que deviene violento a medida que el amor se vuelve más ciego. Al final se cumplen los peores presagios. La esposa 'de verdad' es americana (la soprano Marta Ubieta) y pretende quedarse con el niño de Cio-Cio San (encarnado por Noah, hijo de la jefa de regiduría de la ABAO, Ainhoa Barredo). ¿Qué más? ¿No hay límites para la crueldad? La joven japonesa se queda sin razones para vivir. La obra termina de forma abrupta, casi violenta, como si nos colocara al borde del abismo. El silencio cae sobre el público. Silencio y respeto por Cio-Cio San. El respeto que se le ha negado en vida.

Días 24, 27 y 30 (el 28, función de opera berri)

  • Intérpretes. Maria Agresta (Carmen Solís, OB); Sergio Escobar (Javier Tomé, OB); Carmen Artaza, Damián del Castillo, Jorge Rodríguez-Norton, Fernando Latorre, José Manuel Díaz... Más el Coro de Ópera de Bilbao.

  • En el foso. Orquesta Sinfónica de Bilbao, con el maestro húngaro Henrik Nánási al frente.

  • Director de escena, escenografía y vestuario. Stefano Monti.

Quién es quién

Madama Butterfly (Maria Agresta)

Geisha que se casa con Pinkerton

Tarda unos 20 minutos en salir y al principio se la escucha entre bambalinas, en un pasaje con coro femenino. Es una entrada delicada y dulce. Cio-Cio San tiene 15 años y se gana la vida como geisha. Su carácter (y voz) evolucionará hasta alcanzar cotas sumamente trágicas. 'Madama Butterfly' es una obra por la que Puccini sentía debilidad. Él mismo escogió el tema y, pese a su fracaso inicial, cuando la estrenó en Milán, siempre la defendió.

B. F. Pinkerton (Sergio Escobar)

Teniente de la Armada de EE UU

Joven y frívolo, su carta de presentación es 'Dovunque al mondo' (En cualquier lugar del mundo), donde se retrata de la cabeza a los pies: «El yanqui vagabundo disfruta y especula, despreciando riesgos. Echa el ancla al azar». Ambientada en Nagasaki a principios del siglo XX, se inspira en una obra teatral de David Belasco, dramaturgo estadounidense de origen sefardí. Puccini la vio en Londres y no tardó en querer convertirla en ópera.

Goro (Jorge Rodríguez-Norton)

Casamentero

Se trata de una figura repelente y clave en el matrimonio de la geisha Cio-Cio San y el militar Benjamin Franklin Pinkerton. Untuoso y pomposo, es un personaje secundario que revolotea a lo largo de toda la ópera. Ejerce de casamentero y, además, no tiene escrúpulos en propiciar bodas fraudulentas entre japonesas y estadounidenses. Hombres como Pinkerton solo conciben una boda 'verdadera' con una mujer americana.

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