Buena letra

Un espacio simbólico, grande y hueco, con aperos de campo, colores sepias, cúpula de aves en vuelo inmóvil, puertas y sonidos de percusión y electrónica, señal sintáctica que abre o clausura acciones de cuatro actos unidos, con ritos cercanos -la lección, el anticipo al día de caza-; corrillos que se disuelven para crear despliegues sociales -la propina de los señoritos, la llegada de invitados-; momentos de interacción íntima -la entrega de Nieves-; para llegar a las dos patéticas cumbres finales de Azarías. Acciones y saltos temporales con niveles de comprensión solapados: Paco el Bajo olfatea la caza como un perro: humillarse es valer. Nieves corrige la tilde en la torpe escritura de Régula: la niña aprenderá más.

La versión de Fernando Marías y Javier Hernández-Simón, que también dirige, desmonta y rehace el relato. Bien, con tino. Encarnan arquetipos de la ficción de Delibes en una actuación -Jacobo Dicenta, Javier Gutiérrez, Luis Bermejo, Pepa Pedroche…- que logra imágenes potentes con una distancia emotiva que reclama la reflexión.

Algún arbitrio escénico es olvidable. Ese incordio de entrar por la platea o la convención de gritar el habla rural. Delibes recrea una época y, cuidado, habla de hoy porque hechos y tipos nunca se acabaron de ir, están ahí y 'aguardan la oportunidad de retornar con nueva fuerza' en frase del programa de mano. La versión literaria y escénica consigue lo buscado. El aguafuerte. Es Delibes y es teatro. Cada uno en lo suyo, con buena letra.