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El reclamo de Javier Camarena atrajo anoche a bastantes más aficionados de lo habitual hasta el Palacio Euskalduna. Nadie quería perderse el debut del tenor mexicano en la temporada de la ABAO. Ni los socios de la entidad bilbaína ni los extranjeros (sobre todo alemanes ... y franceses) salieron defraudados al término de la función de 'Los pescadores de perlas'. Una ópera juvenil de Georges Bizet, que el compositor ambientó en Ceilán (antigua Sri Lanka) después de haber descartado Yucatán. Prueba de que Bizet buscaba a toda costa un enclave muy alejado del Viejo Continente.
El buen gusto del cantante de Veracruz, exquisito en la línea vocal (como si la trazara con escuadra y cartabón), y su habilidad para controlar las dinámicas hicieron justicia a la partitura. Ni un borrón o tachadura en sus prestaciones como tenor. Inmaculado. Haciendo un símil futbolístico, puede permitirse jugar en el medio campo porque siempre desatará el aplauso. Tiene una técnica apabullante. No le hace falta buscar el gol. Despliega su talento y ya se gana al respetable.
Otra disposición mostraron anoche la soprano granadina (y coruñesa de adopción) María José Moreno y el barítono estadounidense Lucas Meachem. Ambos salieron al ataque, sin escatimar energías y momentos de riesgo. Una apuesta que también tuvo recompensa. La velada de anoche se saldó con el éxito rotundo de los protagonistas, incluido el Coro de Ópera de Bilbao. La baja por enfermedad del barítono polaco Mariusz Kwiecień no lastró el rendimiento de la plantilla. El trabajo en equipo brindó momentos de una efectividad contundente. Un ejemplo: Lucas Meachem y María José Moreno subieron la temperatura con un dúo de alto voltaje en el tercer acto. Se disparan los arrebatos entre sus personajes. Se odian. Se necesitan. Hay mucho mar de fondo. Una tensión que hechiza.
¿De qué va la historia? Básicamente se trata de la tragedia de dos amigos que rivalizan por el amor de una mujer: el joven pescador Nadir (Javier Camarena) y el líder del poblado, Zurga (Lucas Meachem), desean con locura a Leïla (María José Moreno). Panorama que se complica todavía más porque Leïla está destinada al sacerdocio y la castidad. Un embrollo que roza el esperpento. La Orquesta Sinfónica de Bilbao, bajo la dirección de Francesco Ivan Ciampa, se esmeró en sacar a relucir los destellos de genialidad de la obra de Bizet. Que los tiene y muchos, aunque no esté a la altura de 'Carmen'. La tragedia de la gitana y el soldado navarro es una obra redonda y sin cabos sueltos. Virtudes de las que carece 'Los pescadores de perlas', una ópera a la que sistemáticamente se le cambia el final sin que nadie se indigne. En algunos montajes, Zurga recibe una puñalada mortal; en otros, se convierte en pasto de las llamas y también puede ocurrir que salve la vida.
Anoche el barítono salió indemne. Todo un santo: renuncia a su pasión y facilita la huida de Nadir y Leïla. De espaldas al público, el pobre hombre clama 'Réves d'amour! Adieu!' (¡Sueños de amor! ¡Adiós!). Ya está. Un colofón horrible. Totalmente anti-clímax. En honor a la verdad, recordemos que es la versión original, de 1863, la única que llegó a recibir el visto bueno de Bizet. Eso sí, no quedó satisfecho. De haber vivido más de 36 años, muy probablemente él mismo lo habría cambiado con el tiempo. Es un 'happy end' que no funciona, de ahí las modificaciones posteriores.
La acción de 'Los pescadores de perlas' tiene un desarrollo ramplón y naïve. Nada raro en el mundo de la ópera. Pero ahí está la música para poner orden y concierto. Y en este sentido, la obra de Bizet da en el clavo. No ha perdido ni un ápice de su poder de fascinación. Parece mentira que apenas tuviera 24 años cuando la concibió. Ya desde el preludio se respira un clima sombrío y atormentado, con la dosis justa de exotismo. Hay mucho de cartesiano en el compositor francés. Equilibrio y medida. Ideal para montar un puñadito de números de danza.
La producción de La Fenice de Venecia –que se estrenó en el diminuto teatro Malibran y tiende al apelotonamiento y la confusión– ya contó hace 15 años con la bailarina Letizia Giuliani. Una artista que repite ahora la experiencia en Bilbao. Llamaron poderosamente la atención sus ademanes y piernas kilométricas, agarrada a una cuerda de terciopelo, mientras Javier Camarena y Lucas Meachem entonaban el celebérrimo dúo 'Au fond du temple saint' (Al fondo del templo sagrado). Pocas páginas más emotivas y místicas. El arpa y la flauta que acompañan la evocación de la joven Leïla (reconvertida oníricamente en la danzarina) tienen un efecto hipnótico, a medio camino entre la oración y el sueño erótico.
No se precisan voces de mucha cilindrada para emocionar en 'Los pescadores de perlas'. Deben ser líricas, con cuerpo y facilidad en los agudos. También incluso en el caso del bajo, que en esta producción es el madrileño Felipe Bou, imponente en el rol de Nourabad, sumo sacerdote y el más pérfido de la historia. El elenco cumplió con creces su cometido. Y no solo vocalmente. Mérito tiene que nadie se resbalara por culpa de la estructura aparentemente de plexiglas, curva en los extremos, que ocupa la mayor parte del escenario. ¿Cuál es su sentido? Sus razones habrá tenido el 'régisseur' Pier Luigi Pizzi para plantarla ahí en medio, pero se nos escapan. Los cantantes van descalzos y, menos mal, porque así se adhieren mejor a la superficie.
El vestuario de los protagonistas masculinos tampoco les hace ningún favor. Dan la impresión de llevar un pijama. Como espectáculo visual, la representación de anoche no voló tan alto como la música. Por fortuna, no afectó gravemente al resultado. Las voces se salieron con la suya. Bizet ganó por goleada.
Cantantes. Javier Camarena (Nadir); María José Moreno (Leïla); Lucas Meachem (Zurga); y Felipe Bou (Nourabad). Coro de Ópera de Bilbao.
Orquesta. Sinfónica de Bilbao, bajo la dirección de Francesco Ivan Ciampa.
Dirección de escena. Pier Luigi Pizzi. Reposición, Massimo Gasparon.
Producción. Teatro La Fenice de Venecia.
La soprano María José Moreno debutaba anoche como Leïla. Su visión del personaje es profundamente terrenal. Se presenta como una sacerdotisa de rompe y rasga. Defiende (hasta donde puede) la castidad frente a la impetuosidad de su enamorado, el joven pescador Nadir (Javier Camarena); y también es capaz de exigir clemencia al jefe de la tribu (Lucas Meachem) sin titubeos ni melindres. La interpretación de la cavatina 'Comme autrefois' (Como en otros tiempos), del segundo acto, marcó uno de los hitos de la velada. La suya es una voz muy cálida, personalísima. Fluye con tanta naturalidad que no parece estar cantando. La técnica pasa desapercibida. El artificio está al servicio de la expresividad. Imprime humanidad hasta en la frase más breve: 'Lo juro'. Es su primera intervención en la ópera. Pocas palabras pero suficientes para seducir.
Memorable asimismo la romanza 'Je crois entendere encore' (Creo escuchar todavía) que brindó Javier Camarena en el papel de Nadir. Exquisitamente dosificada, con un autocontrol soberano, se regodeó a placer. Y todo ello con la complicidad de Francesco Ivan Ciampa, al frente de la BOS, que le dio libertad para explayarse. Con una dicción superlativa que se apreciaba hasta en la última fila del Euskalduna. Una ejecución pluscuamperfecta.
También hay que destacar el compromiso y disposición del barítono estadounidense Lucas Meachem. Sustituto 'in extremis' de Mariusz Kwiecień, se le vio apurado en algún que otro agudo pero muy valiente. Intentó superarse a sí mismo en su intervención del tercer acto ('L'orage s'est calmé/ La tempestad se calmó). Gran escena.
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