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Que el Bellas Artes de Bilbao vuelva a posicionarse como punta de lanza de los museos españoles no debería sorprende a nadie. Lo ha hecho desde sus orígenes. Cuando se aprobó sus constitución en 1908 e incluyó en su programa las obras contemporáneas en sus ... futuras exposiciones, sólo dos lo hacían en España, los museos de arte moderno de Madrid (1891) y Barcelona (1904). Y antes de terminar la Guerra Civil, en el crítico año de 1938, empezaron a pensar en que la reconstrucción de la ciudad debería tener un centro artístico como uno de sus ejes.
«Siempre tuvieron en cuenta el parque como ubicación, en la pérgola o más próxima a la plaza del Sagrado Corazón. Pero decidieron que mirase al puente de Deusto porque iban a construir una plaza al otro lado de la ría -hoy la rotonda que da a la avenida Lehendakari Agirre- con una estatua ecuestre de Franco. A partir de ella comenzaría la expansión de la ciudad», comenta la historiadora del arte Maite Paliza Monduate, autora del libro 'Las arquitecturas del Museo de Bellas Artes de Bilbao', que presentó ayer en el mismo centro.
Salvando las distancias históricas y las circunstancias políticas, podría decirse que ahora también, con el proyecto de Foster, el Bellas Artes vuelve otra vez a ser uno de los faros de la nueva ciudad, junto con el Guggenheim y la Torre Iberdrola de César Pelli.
A primera vista, no parece que la construcción del museo fuera una prioridad cuando ni siquiera había terminado la guerra ni en los años posteriores, cuando la cartilla de racionamiento marcaba la estricta dieta de los ciudadanos. En el Bellas Artes, sin embargo, se mantuvo una continuidad con la etapa anterior a través del director, Manuel Losada, y de miembros del patronato como Lorenzo Hurtado de Saracho, vicepresidente de la Diputación, que ya en 1922 había apoyado la idea de hacer un museo específico para el arte moderno, lo que se realizó dos años más tarde en el edificio donde se encontraba el Conservatorio de Música.
Dos arquitectos que rondaban la treintena, Gonzalo Cárdenas y Fernando Urrutia, se hicieron cargo del diseño, entregado a la junta del patronato el 12 de enero de 1939. Lucharon contra la escasez de materiales, especialmente de hierro, derivada de la posguerra y de la Segunda Guerra Mundial. Y se inspiraron en el Prado madrileño de Juan de Villanueva. «Roza la perfección como edificio para un museo y todos los arquitectos lo veneraban y lo siguen venerando. Además, el neoclasicismo era un estilo privilegiado por el franquismo», explica Maite Paliza.
Bilbao tampoco quiso perderse la siguiente ola museográfica, la que triunfaba en Nueva York con el MoMA y en otras ciudades norteamericanas y europeas, con edificios vanguardistas y exposiciones temporales. Al frente del Bellas Artes estaba Crisanto Lasterra, que bien se merecería una buena biógrafo y que dirigió discretamente el museo de 1949 hasta su muerte en 1974.
Desde 1962 ya se hablaba en el Ayuntamiento de un nuevo edificio para el arte moderno. Se eligió a Álvaro Líbano y Ricardo de Beascoa como arquitectos y viajaron los tres a la Costa Azul francesa, en 1965, para conocer artistas y montar con ellos exposiciones, además de para fijarse en edificios como el de la Fundación Maeght por si valían sus soluciones.
«Allí vivían Chagall y las viudas de Braque y Léger. Estuvieron con ellos y concertaron una entrevista con Picasso, que al final no pudo acudir. Lasterra quería establecer una política de adquisiciones y un programa de muestras temporales. Los dos arquitectos sentían una gran admiración por Mies van der Rohe y se inspiraron en su Edificio Bacardí de México DF. Pero los interiores, con techos altos e iluminación cenital, los resolvieron fijándose en la Kunsthaus de Zúrich», comenta la historiadora.
Se inauguró el 28 de septiembre de 1970, cinco años antes que la Fundación Miró en Montjuic y que el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid. Como le gusta recordar al actual director, Miguel Zugaza, fue el primer edificio en España dedicado exclusivamente al arte moderno. Luego vinieron las ampliaciones y el siguiente paso de gigante llevará el sello de Foster. «El museo no está terminado y esperamos que nunca lo esté», escribió Jorge de Barandiarán cuando era su director en 1987. Sus deseos se están cumpliendo.
'Las arquitecturas del Museo de Bellas Artes de Bilbao'. De Maite Paliza Monduate. Publicado por el museo con la colaboración de la Fundación BBK.
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