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A Julia Navarrro (1953, Madrid) le gusta decir que sus novelas tratan la condición humana y sus claroscuros. En 'De ninguna parte' (Plaza & Janés ), ya desde su título, los conflictos de identidad, el peso de la educación familiar y religiosa juegan un papel esencial en ... una historia que cuenta con dos protagonistas: Abir, un joven libanés que presenció en su infancia el asesinato de sus padres en el Líbano a manos del ejército israelí, y Jacob, un judio criado en Beirut que fue uno de los soldados que participó en la acción mientras cumplía con el servicio militar obligatorio.
Mientras la tensión terrorista crece en Bruselas con anuncios de atentados por parte de un grupo integrista, sus vidas vuelven a cruzarse. En esa escalada se contraponen dos formas de entender el mundo y aparecen los servicios secretos –El Mossad, la CIA, el Centro de Inteligencia de la Unión Europea…– tratando de averiguar quiénes hay detrás y cómo evitar los ataques en una novela vibrante. La autora conversa hoy con el historiador Eduardo Inclán en la Casa de Cultura Ignacio Aldecoa (19.30 horas).
– 'De ninguna parte' parte del cruce de dos jóvenes, Abir y Jacob, y dos formas de entender el mundo… ¿Cuál es la chispa de la novela?
– Todo lo que pasa alrededor me interesa y en estas últimas décadas ha estado repleta de noticias de atentados de raíz islámica y no creo que las cosas sucedan porque sí, sino que intento comprender qué pasa. Siempre me han interesado los porqués desde niña y esa obsesión por entender los porqués la sigo manteniendo. Empecé a reflexionar y a pensar por qué sucede eso. En todas las novelas pretendo viajar hasta lo más profundo del ser humano y en busca de esos claroscuros que todos llevamos dentro y vi esa colisión entre dos formas de entender la vida, una colisión de valores y costumbres entre Oriente y Occidente y cómo el encuentro entre esos dos mundos es complicado. Me llama la atención cuando en los 'banlieue' de París se producen brotes de violencia. Es un problema de orden público, pero también un problema más profundo y un grito de ira porque hay chavales que expresan su ira porque sienten que no son de ninguna parte. Una cosa son las costumbres y valores en casa y otra cosa es la sociedad en que les toca vivir y eso es difícil de gestionar.
– En el libro acerca una reflexión acerca de la identidad. ¿Alguien que no es de ninguna parte tiene más fácil caer en manos del fanatismo?
– Efectivamente, es mucho más fácil que te manipulen y que ese desasiego sea el caldo para los que manejan los hilos del terrorismo recluten a alguien. En París he seguido el juicio de Bataclan y contaban que uno de los testimonios se había educado en Bruselas y no le había faltado de nada, sino que estaban en contra los valores corruptos de Occidente. A lo mejor tampoco sabemos acompañar a esas personas que viven entre nosotros huyendo de violencia y de la guerra como los refugiados sirios.
– Hay voces que ponen el énfasis en que la ayuda a los refugiados sirios no fue la misma que con los ucranianos.
– Es distinto, los ucranianos son europeos y tienen la misma escala de valores, venimos de culturas parecidas. Aunque son eslavos y hay una religión compartida, algo importante que ha marcado la historia de la humanidad hasta hace prácticamente un siglo. Tener que abandonar tu casa y que maten los tuyos es una experiencia traumática, pero su integración no es tan complicada o no va a serlo más allá de las dificultades del idioma.
– Plasma en la novela diferentes formas de entender el periodismo en la redacción de un canal televisivo.
– Me preocupa la cultura del espectáculo. Se han roto las fronteras entre el periodismo informativo y el entretenimiento. Cada vez más se infantiliza a la sociedad y se le trata como alguien menor de edad a quien hay que entretener. Si la gente no se entretiene cuando ves la tragedia parece que no vale. Un ejemplo claro fue la erupción del volcán de La Palma, una tragedia en la que personas pierden sus casas y te ponías la televisión y parecía una película distópica. Me preguntaba cómo me lo están contando
– En la novela tiene bastante importancia lo que sucede en un medio al que llega un vídeo de un grupo terrorista y hay quienes se plantean dar la información y quienes apuntan a que es un chantaje terrorista.
– Como ciudadana, siempre creo que hay que contar la realidad. No soy una niña pequeña y quiero que me cuenten las cosas como son sin una coma de información a hurtar y al mismo tiempo contarlo todo contextualizando. Me niego a que sean gobiernos o intereses de empresas quienes decidan lo que debemos saber o ver.
– Bruselas, París, Líbano… la novela salta de ciudad en ciudad ¿Viajó a esas ciudades mientras la preparaba?
– Sí, los conozco todos estos sitios y he viajado a distintos lugares en mis tiempos de periodista y como simple viajera, de manera que el único sitio en el que no he estado es Afganistán.
– ¿Le gustaría?
– No creo que sea el mejor momento (risas). Afganistán es el único que no conozco, pero me produce admiración porque, aunque es un pueblo que está en la actualidad en manos de los talibanes, ha luchado siempre con fiereza desde los tiempos de Alejandro Magno contra todos los invasores.
– En más de una ocasión ha dicho que no es una novela sobre el conflicto israel-palestino.
– Es entre Oriente y Occidente. Sentía que había que contar una historia que nos toca. Si niegas los problemas nunca los vas a solucionar y hoy en día como impera lo políticamente correcto parece que está mal ponerlo encima de la mesa porque de no se habla de lo que no nos gusta.
– ¿Le aparece acerado 'choque de civilizaciones'?
– Es un término más grandilocuente. Creo que hay un choque de creencias, valores y poner eso en armonía no es fácil. Es un choque de valores y de costumbres.
– Hay un tercer personaje Noura, prima de Abir, y uno de los más valientes. Quiere coger las riendas de su vida.
– Y lo hace pagando un precio muy grande, es lo que le pasa a muchas mujeres. Y son dos mundos totalmente opuestos, cuando deciden que la escala de valores le garantiza la libertad y no ser un apéndice de sus padres es la occidenal.
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