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Talleres Arro no es el escenario que uno se imagina en una película de ciencia-ficción. Sus fresadoras y tornos constituyen los últimos vestigios del pasado industrial de Zorrozaurre. «En año y medio todo esto se va a tomar por culo, así nos jubilamos», se ... consuela uno de los trabajadores, mientras una rata se desliza entre las máquinas de un pabellón que no ha variado lo más mínimo en medio siglo.
Las grúas del nuevo Bilbao cercan un rincón que huele a grasa y a ría, a crisis y orgullo obrero, un escenario ideal para conseguir la atmósfera que Pablo Hernando (Vitoria, 1986) necesita en su tercer largometraje. 'Una ballena' lleva cinco semanas y media rodándose en escenarios de la isla, como la fábrica de Artiach, y el Puerto de Bilbao, con una escapada de cuatro días al pueblo alavés de Okondo. Les queda una semana para contar en clave de cine negro y fantástico las andanzas de una asesina a sueldo (Ingrid García-Jonsson) en una ciudad sospechosamente parecida a la capital vizcaína, aunque nunca se diga su nombre.
Estamos en Euskadi, porque algún diálogo es en euskera. Pero una orilla de la ría es el País Vasco y la otra Italia, lo que demuestra que la Historia no ha transcurrido tal y como la conocemos. «Es un mundo parecido al nuestro, pero no exactamente igual. Criaturas que pertenecen a la leyenda en la película son reales y cotidianas», apunta intrigante la productora Leire Apellaniz. Las facultades sobrehumanas de la protagonista, indetectable e implacable sicaria, tienen que ver con seres que habitan en el mar. El villano de la película lleva hoy una bolsa con pescado fresco. Ramón Barea es un traficante que reina en este universo portuario y canalla, que busca en la fotografía la lluvia y el cielo gris.
«'Una ballena' tiene elementos de cine fantástico, pero ante todo es la historia de una asesina a sueldo en un mundo de contrabandistas y mafiosos», resume Pablo Hernando. «No son gángsters en un sentido tarantiniano o a lo Guy Ritchie. Ni tiene que ver con 'Nikita', sino más bien con 'El samurái', de Jean-Pierre Melville ('El silencio de un hombre', en su título español). Iría más bien por ahí, sin todo lo cool y jazz que tiene esa película».
El director vitoriano pretende reflexionar desde el género fantástico sobre el arquetipo del asesino frío, hierático, lacónico y solitario. El título de sus trabajos anteriores ya alerta sobre su talante independiente y a contracorriente. Junto a cortos como 'Macedonia modal', 'Saliva pangea' y '250 fotos de un cortauñas' encontramos un largo como 'Berserker', en el que un escritor hilaba una serie de crímenes a partir de una cabeza humana pegada al volante de un coche. Una de sus protagonista era Ingrid García-Jonsson.
«Ella tiene algo que siempre me ha llamado la atención», observa Hernando. «Innegablemente es guapa, con un tipo de belleza normativo. Pero nunca se ha aprovechado algo profundamente extraño que hay en su cara y cómo se mueve. Encaja mucho con el personaje». Descubierta hace diez años por Jaime Rosales en 'Hermosa juventud', la actriz nacida en Suecia y criada en Sevilla no ha parado de trabajar desde entonces y se ha hecho muy popular por sus apariciones en 'La Resistencia'. «Mi personaje es la mejor en su trabajo porque tiene poderes, se comunica con dos mundos, el de la oscuridad y el de la luz», define sin dar demasiadas pistas.
Desde la primera escena comprobamos que esta asesina es «métodica y no deja huella». Cuando aprieta el gatillo, sus víctimas no saben quién les ha disparado. Recibe una comisión de Melville (Ramón Barea), un contrabandista que utiliza el puerto para traficar con mercancías extrañas. Un poderoso empresario rival ha llegado a la ciudad y va a tomar el control de su feudo. Vive atrincherado en un edificio lleno de guardias de seguridad y guardaespaldas armados. Matarlo es un trabajo que solo la protagonista puede hacer.
Ingrid García-Jonsson reconoce que no le gusta mucho rodar con armas y que se pasa todo el tiempo chequeando las pistolas. «Me dan bastante respeto, sobre todo después de lo de Alec Baldwin... Hace unos años rodé una peli bélica, 'Zona hostil'. Allí aprendí a montar y desmontar un rifle y a disparar». Por su parte, Ramón Barea puede venir andando al trabajo: a unos pocos metros del plató se encuentra Pabellón 6, el teatro en el que siempre se le puede encontrar cuando no le reclama el cine y la televisión.
A Barea le estimula la idea de que 'Una ballena' vaya a embalsamar en cine una parte de Bilbao que desaparecerá en breve. El actor de 'Cinco lobitos' cuenta que ha descubierto el Puerto de Santurtzi rodando la película. «Tengo esa sensación de extrañeza con el Casco Viejo, que es el paisaje de mi infancia. Zorrozaurre no existía para la ciudad, solo para el que trabajaba aquí. Y ahora me ha pasado a mí con el Puerto, jamás había estado dentro. Es algo monstruoso de grande».
Coprotagonizada por Kepa Errazti, 'Una ballena' tiene ante sí todavía muchos meses de postproducción para incluir efectos digitales. Sus productores aseguran que estamos ante el primer largometraje de ficción en España en obtener la certificación Green Film, sello verde europeo que se concede por su plan de sostenibilidad y de reducción de huella de carbono durante el rodaje.
Ingrid García-Jonnson cita el cine de Nicolas Winding Refn y 'Under the Skin', de Jonathan Glazer, como posibles pistas para entender por dónde van los tiros de de 'Una ballena'. «A Pablo no le gustan las referencias, pero para mí está más cerca de esos títulos que de una película de acción al uso». La actriz nunca ha ocultado su gusto por los retos y los directores personales. «Me interesan porque es el cine que me gusta ver», admite. «Pablo es un amigo y estar en su primera película con dinero me hace mucha ilusión. No me lo perdería por nada del mundo». La protagonista de 'Veneciafrenia' y 'Explota, explota' lleva una década en activo y siempre ha conocido el cine de autor en crisis. «Este tipo de películas resisten porque tienen su público. Es necesario seguir haciéndolas porque aquí se innova, se experimenta, y de ello se aprovechan después proyectos de más envergadura. Me parece imposible que el cine de autor desaparezca. Y con la inteligencia artificial cada vez vamos a necesitar más cosas únicas y personales».
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