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Los hechos y las fechas siempre sirven para indicar el principio o el cierre de algo. Luego se podrá hablar de antecedentes, precedentes, resultados, consecuencias… Las interpretaciones con sus explicaciones vendrán después. Veinte años ya del Centro de Arte Vasco Artium, una historia en su ... gestación con más raíces que adornos, con alguna que otra polvareda, más de un socavón y otros disgustos. Porque hasta la satisfacción final ha habido de todo. Y todo empezó a esgrimirse a partir de 1975. Momentos políticos de gran intensidad, brutales sin eufemismos, extremadamente peligrosos. Se apuntalaba un cambio de régimen con su delicada transición en un horizonte marcado por el día a día. Un contexto histórico nada favorable a corto plazo, una época desabrida, pero las iniciativas que afrontar, prometedoras. Todo estaba por hacer.
Queda claro desde mediados de la década de 1970 que la ciudad de Vitoria ya no es ni será como antes. La fisonomía urbana alcanza unas dimensiones nunca vistas. Surgen nuevas necesidades y otros retos. El crecimiento vertiginoso experimentado en las dos décadas anteriores comenzaba a dar los primeros síntomas de estabilización. En orden paralelo, se pone en práctica una nueva política cultural para potenciar las secciones de trabajo existentes en el todavía hoy recordado por muchos Consejo de Cultura de la Diputación alavesa. Se proyecta también transformar el Museo Provincial, la otrora 'Casa de Álava', en un centro más acorde con los tiempos modernos. Desde los ochenta ya como Museo de Bellas Artes.
Desde la Administración foral comienza a respaldarse una apuesta ambiciosa en lo cultural y en lo artístico que fue visionaria en su día. Aconteció con la renovación de los órganos forales en aquel año de 1975 con Cayetano Ezquerra como presidente de la Diputación y Pedro de Sancristóval como director-gerente del Consejo de Cultura. Desempeña también otro papel descollante desde la Hacienda foral, Pascual Jover Laguardia. Se articula el triunvirato que dejará huella para los años venideros que serán décadas.
Comienza a dotarse al Museo Provincial de una importante colección de arte contemporáneo. En tan sólo dos años se adquieren más de doscientas pinturas y esculturas, de tendencias y estilos muy diversos. Fondos, estratégicos con el tiempo, que van desde los testimonios de relumbrón pertenecientes a las generaciones históricas del costumbrismo vasco hasta los trabajos de los artistas euskaldunes más jóvenes, con otros aportes igualmente de los más cualificados representantes de la pintura española contemporánea. Contenidos que precipitarán de verdad hacia la más incipiente modernidad al museo del paseo de Fray Francisco. Pero todavía quedaría -es cierto- mucho potencial por desarrollar.
Para sufragar esta ambiciosa política de adquisiciones, el Consejo de Cultura contaba con una interesante partida presupuestaria. Por un lado existía una partida anual destinada en exclusiva a la compra de obras, con su dotación económica pertinente para conservación, restauración y gastos varios. Por otro, cuando las circunstancias lo exigían -pues se trataba también de aprovechar las oportunidades detectadas en el mercado a la hora de conseguir piezas o lotes notables- y los fondos del presupuesto ordinario del Consejo no resultaban suficientes, las adquisiciones se hacían con cargo a los créditos generales que para el incremento del patrimonio provincial figuraban en los presupuestos generales de la provincia.
A la par que la Diputación mantenía una prolífica como envidiada política de adquisiciones, sus responsables recorrían países como Francia, Alemania, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Noruega y Suecia para ponerse al día en materia científica, técnica y administrativa en museos y centros expositivos. En estos años de finales de los setenta se entablan contactos con el mundo de las galerías de arte. Indefectiblemente había que estar al tanto del mercado si se pretendían adquirir obras representativas. Así con las galerías madrileñas (Juana Mordó, Biosca, Egam, Ponce, Vandrés), barcelonesas (Gaspar, Trece) y parisinas (Stadler), principalmente. También con la Fundación Maeght.
A raíz de estas gestiones entran en el Museo Provincial obras de Joan Miró, Antoni Tàpies, Antoni Clavé, Pablo Palazuelo, Manuel Millares, Juan José Tharrats, Luis Feito, Lucio Muñoz, Amalia Avia, Antonio Saura, Luis Gordillo, José Guerrero, Manuel Hernández Mompó, Rafael Canogar. Guillermo Pérez Villalta, Equipo Crónica... y de Pablo Picasso. Hoy ya son piezas maestras insustituibles en la colección permanente del Artium.
Fue aquel un plan estratégico adelantado a su época. No tuvo par en otras latitudes del Estado español. En esta primera línea de actividad provincial con una acción muy decidida y orientada se prosiguió en los años 80 y 90 con la adquisición de otro buen contingente de obras contemporáneas. Paciencia y resultados a los que se añaden nuevos nombres en las gestiones: Daniel Castillejo, Sara González de Aspuru y Fernando Illana, que no me olvido de ellos. Por ahí también estaba Félix López López de Ullibarri, claro que sí. Y José Luis Catón. Y el papel desempeñado por la Sala Amárica desde mayo de 1989. Son muchas historias que contar y muchos capítulos sin esbozar como aquel proyecto de museo detrás de Ajuria Enea, en la zona de los Corazonistas por el Batán a principios de los ochenta.
Resultado de todo esto y más: Álava y su capital Vitoria-Gasteiz hace tiempo que entraron en el mapa cultural de las experiencias artísticas con propuestas de lo más inspiradoras. Con el Artium, entre otras infraestructuras.
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