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Nos acaba de presentar nuevamente la Filarmónica bilbaína al barítono Matthias Goerne, quien ya había visitado la sala en varias ocasiones. No es de extrañar ... que tan ilustre intérprete recorra a menudo las más renombradas salas musicales, una y otra vez, porque el melómano así lo requiere. Su presencia, se hace más indispensable aún, si cabe, con el programa dedicado a los lieder. En su interpretación mostró tan rica gama de colores vocales que gran parte de su intervención consistió en un canto a media voz, en tesitura alta, con la voz colocada casi en tonalidad de tenor y con absoluto control de su tenue canto. Apenas enseñó el poderío de su aterciopelada voz baritonal de hermosos graves, porque los textos de los románticos poemas exigían claridad en el fraseo, intencionalidad y belleza de expresión. La voz oscura es menos adecuada para trasmitir lo etéreo. En todo momento buscó la sonoridad exacta para cada nota y de ahí su balanceo corporal acompañando esa intencionalidad, ese deseo expresivo en el ataque a la palabra. El artista alemán evidenció además un gran control del fiato y una afinación perfecta en un canto muy intimista, por lo que se hacía necesario mimar la palabra. En su lección de canto, en su delicada visión del lied, tuvo mucho que ver también el maravilloso acompañamiento al piano de Markus Hinterhäuser. El actual director del festival de Salzburgo tendrá que seguir esmerándose mucho como gestor teatral para equipararse al gran acompañante al piano que es. La simbiosis entre ambos fue sin mácula alguna, ambos sintieron por igual los lieder y si la delicadeza y riqueza cromática fue palpable en el barítono, el pianista italo-austríaco apenas posaba sus dedos en el teclado en la búsqueda del sonido apacible, lejano e íntimo.
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