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Darío Urzay (Bilbao, 1958) tiene la sensación de que se le conoce poco en el País Vasco. Sus obras forman parte de las colecciones del ... Guggenheim, Bellas Artes de Bilbao y Artium, además de otras privadas nacionales e internacionales como la de Iberdrola, BBVA o La Caixa. Sin embargo, su última exposición individual en Euskadi fue en la Sala Rekalde en 2001, a la que siguió la celebrada en la galería bilbaína de Michel Mejuto en 2019 sobre su experiencia en Nueva York a principios de los noventa.
Quizá con una ironía desafiante, para su muestra en la Sala Kubo del Kursaal de San Sebastián presentada este jueves, ha elegido obras realizadas desde 1997 que no se han visto antes, salvo tres, una sala Amárica de Vitoria, otra en el Parlamento Vasco, que no está expuesta, y una tercera del Reina Sofía, guardada en sus almacenes.
Para que se puedan apreciar las líneas y procesos que atraviesan su nutrida trayectoria, y con el título 'En una fracción (Reversible)', ha llevado al espacio donostiarra cuadros de su propia colección. Incluso ha descolgado alguno que estuvo durante años en su casa. Y presenta los más recientes, en los que incorpora al lienzo el humo negro de las velas. De las piezas desconocidas, surge un Urzay muy reconocible e incomparable con otros artistas.
Comisariada por Mikel Onandia, la muestra estará en San Sebastián hasta el 31 marzo del próximo año. «Está diseñada con mucho espacio entre las obras, sin un orden cronológico, para que se puedan ver las relaciones entre ellas», explica Urzay en la sala donostiarra. El artista vasco, perteneciente a la generación que inauguró la Escuela de Bellas Artes de Sarriko en los setenta, dibuja en el aire una pincelada con varias curvas producidas por sus giros de muñeca. Es este movimiento «de la mirada y también pictórico» el que une la mayoría de las piezas expuestas, «aunque eso no significa que haya que hacerlo con pinturas y pinceles».
Lo dice porque lo primero que destaca en la exposición son unas obras de formato circular con los paisajes fotografiados desde el cielo de las tierras de Sajazarra (La Rioja). En 2005, disparó desde una avioneta cuyo piloto manejó los mandos de modo que el aeroplano hiciera ese gesto del pintor, «con algún riesgo cuando bajábamos para tomar la foto».
Desde arriba, las líneas de separación de las fincas y los arbolados concuerdan con las imágenes del universo del artista. «Estaba investigando con Google Earth y siempre he sacado fotos en los viajes en avión. Desde la avioneta, me daba la impresión de estar fotografiando cuadros míos». Dentro de esta serie también incluye el paisaje de Zubillaga, el pueblo de Álava en el que vivió sus primeros años debido a que su padre trabajaba en la planta química situada muy cerca. «Lo hice sin ninguna intención. Luego me di cuenta de que era Zubillaga y que salían los caminos que recorría de niño».
Si el fotógrafo trabaja con los brazos y los pies firmes para que la imagen no salga movida, Urzay hace lo opuesto. En sus 'Camerastrokes' mueve la cámara de manera aleatoria para que entren los haces de luz, en curvas, como si fueran pinceladas. Así introduce «el movimiento del cuerpo» en el proceso de su obra. Lo hizo en la catedral de Burgos a partir de 1991, como se expone en la Sala Kubo, y en los dos cuadros del hall de la Torre Iberdrola.
Repitió la técnica en 2020, durante la pandemia y en el horario del toque de queda. «Salía al balcón y tomaba fotos. Era un ejercicio de libertad en medio de las restricciones. Desde el espacio íntimo de la casa, me dirigía al espacio público, en el que sólo se veían luces». Urzay trató las imágenes resultantes de modo inverso al convencional. El fondo es blanco y los rastros de luz, negros. Parecen dibujos, con su característico pequeño formato, y, aquí sí, con toda intención: «Dibujar es entrar en el espacio de la intimidad para, a veces, mostrarlo».
En la exposición también se recogen cuadros de gran formato con formas orgánicas y biológicas, seguramente la faceta más conocida del artista; y las últimas, en las que la coge la vela prendida para 'pintar' con el humo y «sentirse como en una cueva, como el hombre de hace muchos miles de años».
Luego están todas obras creadas a partir de procesos más complejos como llevar imágenes positivas a negativos fotográficos, los moldes de hielo pigmentados -como los hechos a partir de piezas de Lego- que se derriten y que él graba en vídeo, las fotos hechas con la distancia del ojo al suelo que presenta en negro sobre un fondo dorado mate. Por eso Txomin Badiola, compañero de profesión, de aula y de estancias en Londres y Nueva York, le dijo que su «mentalidad» era la de un inventor, no la de un pintor.
En una de las últimas paredes se expone en medio de otras fotos, una de su madre. «La sacó mi padre en un camino con árboles en la zona de Durango. La dejó sin positivar y he querido mantenerla así. Ahora parece un dibujo de Seurat».
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