Sexo sin tapujos a las puertas (y dentro) de la iglesia en la Edad Media

La historiadora Isabel Mellén desvela en su último libro los secretos de las imágenes sexuales que abundan en el arte románico

Sábado, 5 de octubre 2024, 01:00

Capitel de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Tuesta (Álava), con una pareja besándose frente a un clérigo. I.M.

En uno de los capiteles de Nuestra Señora de la Asunción de Tuesta, «una de tantas iglesias privadas que surgieron en la Álava de la primera mitad del siglo XIII», vemos a un clérigo que mira cómo una dama y un noble se dan un ... beso con clara intención de ir a más, porque él coloca su mano en la entrepierna de ella. Le está metiendo mano, que diríamos ahora. Es una imagen sorprendente en una iglesia, pero bastante comedida si la comparamos con otras que se pueden ver en otros templos románicos.

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Como el canecillo de San Miguel de Fuentidueña (Segovia) en el que «aparece un monje cubierto por el hábito y la cogulla en pleno coito con una mujer de cabellos sueltos, quizá su concubina». Estos dos ejemplos son descritos por la historiadora y filósofa Isabel Mellén en su libro 'El sexo en tiempos del románico' (Crítica), entre otras muchas representaciones escultóricas de vulvas, penes descomunales, hombres masturbándose y coitos en todo tipo de posturas, algunas de las cuales perturbarían a un pornógrafo. Todas sirven de base a la autora para mostrar y demostrar que la sexualidad medieval era compleja y diversa, y que no estaba tan condicionada por la moral eclesiástica como pudiera pensarse.

Un monje y una mujer en pleno coito, en la iglesia de San Miguel de Fuentidueña (Segovia). J. M. Rodríguez

Estas imágenes de contenido sexual más o menos explícito han desconcertado a los historiadores del arte. Primero se habló de «románico obsceno», después de «románico erótico». Mellén opta por «románico sexual», a sabiendas de que «sigue siendo una etiqueta muy sesgada, tiene ciertas connotaciones cientificistas, con todos sus prejuicios asociados, y probablemente en el futuro será puesta en cuestión», considera la investigadora alavesa.

Los sesgos no se quedaron en las etiquetas y se volcaron en las interpretaciones. ¿Cómo había que entender estas imágenes subidas de tono en el contexto de una iglesia medieval? Quizá como la exhibición catequética de conductas pecaminosas a evitar. Esa fue la propuesta que más éxito tuvo en la historiografía especializada. Pero ha habido otras. Se ha dicho desde que eran imágenes destinadas a estimular la reproducción –para favorecer la repoblación de territorios vacíos–, a que son representaciones mágicas destinadas a alejar el mal. Y dejemos de lado las lecturas esotéricas. En realidad, viene a decir Mellén, son reflejos de la vida misma, tal como era cuando se construyeron estos templos.

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Canecillos de la Ermita de San Pedro de Tejada (Burgos). J. Nuño
Figura sexual de la colegiata de San Martín de Elines (Cantabria). J. Nuño
Mujer con las piernas alzadas, mostrando su vulva en el capitel más célebre de la colegiata de San Pedro de Cervatos (Cantabria). J. Nuño
Una pareja abrazada en la ermita de Santa Maria de la Piscina (La Rioja). J.Arrieta
Una mujer y un hombre muestran sus genitales en sendos capiteles del ábside la colegiata de San Pedro de Cervatos (Cantabria), la más profusa en cuanto a representaciones sexuales del románico español Jesús Herreros

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Una clave que la historiadora no deja de subrayar es que para dar sentido a estas imágenes es importante saber quién fue el comitente de cada templo. El promotor, que diríamos ahora. O la promotora, porque muy a menudo fueron mujeres. «Cada iglesia es un mundo, y el sentido de una imagen puede cambiar mucho en función de quién encargó el programa iconográfico y lo que quería transmitir», apunta Mellén. La talla de una mujer mostrando su sexo no significa lo mismo si la encarga como representación de sí misma una dama, que si lo hace un clérigo rigorista que piensa que las mujeres son «sabrosas golosinas del diablo», como escribió Pedro Damián (1007-1072), cuyos escritos, que Mellén cita en su estudio, son un colorido festival de la misoginia.

Templos privados

La mayor parte de estas imágenes suelen aparecer en el exterior de las iglesias, en los canecillos, un dato que sirvió de argumento a quienes mantenían que eran representaciones del pecado que se quedaba fuera de la iglesia. Pero «también las encontramos en los interiores, o en capiteles en las portadas y los ábsides». Esto se ve sobre todo en los templos privados, un concepto que a nosotros nos choca hoy en día porque identificamos cualquier iglesia con una parroquia dependiente de una diócesis. En los tiempos del románico, en plena Edad Media, era frecuente que los linajes más poderosos construyeran sus propias iglesias, se beneficiaran de ellas y las donaran o dieran en herencia a su voluntad. De fundar y dotar este tipo de iglesias se encargaban muy a menudo las señoras, las grandes damas, entre cuyas funciones fundamentales estaba la de dar continuidad a su linaje a través de la reproducción.

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Por eso en algunas de estas tallas podemos ver a mujeres con elegantes tocados teniendo relaciones sexuales, encintas, pariendo y, a veces, muriendo de parto. La aristocracia tenía una consideración del sexo «mucho más libre, más naturalizada, e incluso exhibía sus propias prácticas sexuales a través de imágenes en sus templos privados, porque precisamente en los valores reproductivos radicaba su prestigio y su superioridad social».

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