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Los museos de hoy no serían iguales sin Thomas Krens, para bien o para mal, según quién lo diga. Suya es la idea de aplicar las economías de escala a los centros artísticos, de internacionalizarlos, de explotar al máximo su atractivo turístico. Cuando ocupó en ... 1988 la dirección del Guggenheim de Nueva York, se encontró con una institución con problemas financieros y unos 'activos' -léase la colección de obras de arte- que solo podía exponer en un 7%. Además de su polémica decisión de vender unos 'kandinskis' para hacer caja, empezó a darle vueltas a la idea de abrir varios Guggenheim por el mundo para ahorrar costes y crecer.
Cogió muchos aviones con destino a Europa y Asia, y estuvo a un paso de concretar su proyecto en Salzburgo. Pero fue su aterrizaje en el aeropuerto de Sondika en la primavera de 1991 el comienzo de su gran éxito. Tuvo que convencer a su patronato neoyorquino para llevar la marca a un país con graves problemas de terrorismo. Y lo consiguió.
Quizá se obsesionó con la internacionalización y eso le acabó apartando de su puesto. Antes de irse en 2008, se apuntó el éxito de haber negociado con Abu Dabi la construcción de otro Guggenheim. Pero a los patronos les daba la sensación de que estaba más en los aviones que en el museo de Nueva York.
Richard Armstrong entró para resolver esa situación. Su misión consistió en evitar la confección de un 'blockbuster' -gran exposición con tirón popular- tras otro. Sin desdeñarlos, se desempeñó como lo que era, una persona con un profundo conocimiento del arte; con cuidado, eso sí, de conseguir tanto dinero como fuera posible, actividad sin la cual no se entiende la figura de un director en Estados Unidos. Las exposiciones -como la de la fotógrafa negra Carrie Mae Weems- quizá no tuvieran tanta repercusión mundial, pero sí se hicieron canónicas enseguida.
Expeditivo y brusco Krens, amable y empático Armstrong, con casi dos metros de altura cada uno, ambos han reflejado maneras muy distintas de dirigir. Mientras estuvo el primero, el margen de acción propia del Guggenheim Bilbao fue mínimo. Con el segundo, se firmó el acuerdo de 2014, que le daba una autonomía inédita para confeccionar su programación.
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