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Una hora después de abrirse las puertas, ya era un hervidero de gente el espacio dedicado a la Feria Internacional de Grabado y Arte sobre Papel (FIG Bilbao) que acoge el Euskalduna hasta el domingo. Son más de 3.500 metros cuadrados con 58 expositores, ... la mayoría españoles, pero también se han montado algunos de Irán, Argentina y la República Checa. Hay 10 stands vascos –desde la galería Juan Manuel Lumbreras a la librería Astarloa, pasando por Bilbao Formarte y Ediciones 4/4– y no faltan las actividades divulgativas, como charlas y talleres para el gran público. «Esta es nuestra 12ª edición y contamos con muchos seguidores. Hay gente que viene en autobús de Cádiz y gran parte de las visitas guiadas ya tienen el aforo completo», recalcaba este jueves Iñaki Alonso, presidente de FIG Bilbao.
Entre los visitantes, lo mismo hay coleccionistas dispuestos a pagar 690 euros por un grabado del arquitecto portugués Álvaro Siza, premio Pritzker en 1992, que aficionados al arte gráfico japonés con ganas de curiosear, empaparse todavía más de la cultura nipona y llevarse a casa por 63 euros los dos tomos de 'Manga', con 4.000 imágenes del maestro Katsushika Hokusai (1760-1849), que ha publicado la editorial Satori. Este año, el país invitado es Japón y el FIG ha tirado la casa por la ventana. «El grabado en color alcanza su cénit en el arte japonés. Les basta madera, papel y un cuchillo para alcanzar este nivel. ¡El grado de perfeccionamiento es increíble!», apunta David Almazán, doctor en Historia del Arte por la Universidad de Zaragoza y experto en arte japonés, además de comisario del stand nº 1 que da la bienvenida nada más bajar por la escalera mecánica. Se empieza fuerte.
En una pared oscura, con la intensidad de la luz muy medida, se despliega como arranque del itinerario una serie breve pero muy eficaz de estampas de Tsukioka Kogyo (1869-1927). Todas ellas recrean escenas del teatro noh –una disciplina escénica que combina canto, danza y música– y el detallismo de las imágenes capta la atención de inmediato. El dibujo bien perfilado, la intensidad de los colores (con pigmentos a base de agua), la fuerza de los primeros planos y el virtuosismo técnico se alían con un objetivo muy claro: grabar a fuego la imagen en la retina del observador. «Esa manera de contar historias es algo muy arraigado y, salvando las distancias, se mantiene en el cine, manga, anime y videojuegos. Ahí está el sustrato de la cultura japonesa. Estos grabados no estaban destinados a las élites», aclara el especialista David Almazán.
Antaño se compraban estas obras de arte en Japón sin concederle más importancia de la que ahora se da a un calendario con fotos de gatos. No se intuía ni remotamente que Occidente caería rendido de admiración ante su calidad técnica y estética. Entre los más devotos, artistas vascos como Eduardo Zamacois en el siglo XIX y, más adelante, Eduardo Chillida, sin perder de vista que el arquitecto José Palacio legó al Museo de Bellas Artes de Bilbao una de las mejores colecciones asiáticas que se atesoran en España. Hay en Bizkaia una especial afinidad hacia el Lejano Oriente, de ahí que se espere una gran afluencia en el FIG. «El año pasado acudieron alrededor de 10.000 personas y en esta edición es probable que se supere la cifra», prevén los organizadores de un festival que se ha convertido en una referencia en el sur de Europa.
Más vale no seguir una ruta prefijada. A no ser que se tengan en mente grabados de autores concretos como Picasso y Matisse, que se muestran en el expositor 16 (MUN Consultores), o Agustín Ibarrola y Aurelio Arteta, cuya obra se exhibe en la librería Astarloa en el stand 29, lo más práctico es dejarse llevar sin prisa. De galería en galería y de taller en taller, el FIG ofrece también arte emergente en la sección de Open Portfolio. Entre los jóvenes, destaca el polaco Vinicius Libardoni, que este jueves ofreció una demostración de estampación en cemento muy celebrada. El grabado tiene futuro.
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