Vidarte, director emérito

Por su parte, Vidarte -incluso sin ser un historiador de arte- pilotó el acuerdo con la fundación norteamericana, supervisó y ajustó al céntimo la construcción del edificio, implementó el modelo de gestión de la casa matriz, creo una estructura humana de indudable solvencia, diseñó un programa adquisitivo y expositivo apoyado en el 'know how' de Nueva York, lideró el museo durante más años que sus homólogos norteamericanos y sin duda logró tanto demostrar que el museo era mucho más que un continente sin contenido, como alcanzar unas tasas de autofinanciación óptimas, unos programas pioneros de patrocinio y de apoyo social, una excelente difusión cultural, unas cifras de visitantes notables y una aportación neta a la economía urbana y regional bien evidente.

En otras palabras, un gran balance -nunca cómodo ni perfecto, aunque a las críticas, a las zozobras, a los disensos o incluso a los recientes vaivenes sobre el proyecto Urdaibai siempre se respondió con rigor y profesionalidad-. Pues ese balance es el mismo que ahora permite abordar la sucesión de Vidarte con garantías suficientes, dado que el museo tiene ya una velocidad de crucero y un prestigio nacional e internacional.

Eso sí, la continuidad de semejante éxito impone en la sucesión la búsqueda de un perfil profesional, independiente y ajeno a las usuales tentaciones políticas, lo mismo que el mantenimiento del vínculo neoyorquino con Vidarte, éste último merecedor en el museo bilbaíno -como Krens y Armstrong en Nueva York- del título de «Director Emérito».