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Reuters

Carencias

En cuanto al eventual trance de una muestra «tutti frutti», es decir, donde todo se asimila con prodigalidad al pop art; lo cierto es que las comisarias de esta muestra del Guggenheim también orillan con inteligencia discursiva la cuestión

Cómo no volver a mirar y visitar lo tantas veces mirado y visitado, es decir, las imágenes indentificables del pop art, el discurso iconográfico de la contemporaneidad, el mundo mediado de los medios e incluso la corrosiva crítica social -a veces humorística- o la contestación ... al expresionismo abstracto. Mirar y visitar otra vez todo esto es siempre interesante, aunque también arriesgado por lo que puede tener de reiterativo o también de excesivo si se busca libérrimamente la mezcla de lenguajes, actitudes, posturas y técnicas asimiladas al pop.

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El obstáculo de la repetición curatorial se salva en esta muestra del Guggenheim compuesta por 40 obras de su colección, gracias a la especialidad de sus fondos, a la primacía cronológica esgrimida por la fundación en la conceptualización del pop y a una visión enciclopédica que extiende su legado e influencia en el recorrido a algunos creadores contemporáneos.

En cuanto al eventual trance de una muestra «tutti frutti», es decir, donde todo se asimila con prodigalidad al pop art; lo cierto es que las comisarias también orillan con inteligencia discursiva la cuestión, aludiendo en el epígrafe a los signos y a los objetos, dos categorías muy útiles para definir la corriente. Ahora bien, esta voluntad totalizadora no solo revela las carencias de una muestra que necesita más obras y más discurso, sino también el forzado encaje de algunas piezas.

Por ejemplo, la voluntad aditiva en la pieza de Rauschenberg está más en lo abstracto que en lo figurativo, la de Niki de Saint Phalle más en el mundo de los mitos y quimeras que en el de los medios y la cultura popular; la de Jim Dine es la menos pop de su producción y la de Cattelan está más próxima a la provocación de Duchamp que a la de Warhol. Aparte de esto, en fin, el reencuentro con la sublime cuatricomía de Lichtenstein, la rebeldía irónica de Polke, la serialización de Warhol o el humor de Oldenburg es siempre gratificante.

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