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ilar Bustinduy estaba en tercero de Bellas Artes y tenía que elegir especialidad para los dos años siguientes. Le había gustado pintar desde niña y parecía tener clara su vocación. Además, en aquellos inicios de los ochenta, la pintura estaba de moda y a los pintores de relieve se les daba tratamiento de estrellas. Pero vio un documental que le hizo cambiar de camino. Trataba sobre cómo las pinturas de la Quinta de Sordo de Goya (las pinturas negras), realizadas en óleo sobre pared seca, se arrancaron del muro picándolo para luego envolverlas en gasas y colocarlas en su marco.
«Al día siguiente fui al taller de restauración de la facultad. No había entrado nunca. Le comenté lo que había visto, se rio y me explicó la técnica que habían utilizado. Me fascinó», comenta Bustinduy, que acaba de publicar 'Bajo la piel del arte. Tribulaciones de una restauradora», una narración de sus 40 años como restauradora. Lo presentará el 12 de diciembre, en el Bellas Artes de Bilbao junto a Javier González de Durana, autor del prólogo.
Si entonces la profesión estaba llena de amateurs que hacían lo que podían, generalmente mal para los criterios actuales, su generación elevó el nivel hasta un enorme grado de complejidad. «Una restauradora debe tener técnica para manejar los instrumentos del artista, y un conocimiento profundo de sus obras y de análisis como la reflectografía, la química y la biología, y también del marco legal que afecta a la restauración».
Todo ello le ha llevado a identificar un cuadro de Goya en la habitación de un matrimonio que convivía con él desconociendo su valor; otro de El Greco que llevaron a su estudio envuelto en usábana con unas cuerdas por encima; y un lienzo de Divino Morales en cuya autenticidad su dueño insistía aunque había que demostrarla.
Son los hitos en pintura clásica de su trayectoria, que están lejos de agotar su recorrido. Bajo su dirección se ha restaurado tres veces el Bosque de Oma de Ibarrola. En sus manos estuvo la restauración de las dos tallas de la Virgen de Begoña; la antigua, que celosamente se guarda en las dependencias interiores de la basílica, y la nueva, la que está en el altar, réplica aumentada de José Larrea, padre del escultor Vicente Larrea. «Como tantos otros, yo tampoco sabía que había dos. La gente que se enteró venía al taller a verla, tocarla y a sacarse una fotografía junto a ella», confiesa Bustinduy.
A menudo criticada por sacar colores demasiado vivos a los cuadros, según la opinión popular, su profesión es de las que traen grandes alegrías, como el descubrimiento en el año 2000 del 'San Francisco y el hermano Léon meditando sobre la muerte', propiedad del señor de un aspecto normalísimo que se presentó un día con su lienzo cubierto por la sábana asegurando que era de El Greco. «Tenía un barniz muy oscurecido, que no dejaba ver el tono original de los colores. Había restaurado otro 'greco' más grande del Bellas Artes de Álava y recordaba muy bien sus azules, blancos y rojos. El impacto visual sí me decía que podía ser».
Había que comprobar que no fuera una copia o una falsificación. De El Greco y de su taller habían salido 25 cuadros con la misma imagen, con ligeras variaciones. La radiografía del lienzo descubrió una cabeza subyacente con los trazos del artista cretense, y los detalles que apuntaba el dueño sobre cómo pintó las manos, las uñas y las pestañas de los personajes también reforzaban la idea de su autoría. Había que pedir la opinión de un experto, en este caso el profesor Fernando Tovar, cuya respuesta fue afirmativa, dar a conocer el hallazgo y que el resto de los especialistas se pronunciara.
Todo salió bien. Pero antes de que se produjera el descubrimiento, Bustinduy tuvo que hacer todo el trabajo de restauración. Explica en qué consiste con una pieza que está ahora en su taller, una tablilla del impresionista bilbaíno Adolfo Guiard.
«No es una pintura antigua, pero sí lo suficiente para que se note una alteración cromática. Para restaurarlo, tienes que conocer los materiales y colores que usaba Guiard, por lo general claros, y también la técnica impresionista para no confundir un toque de pincel con una manchita, o viceversa. Los restauradores limpiamos la pintura y restituimos las pérdidas. No repintamos el cuadro, a menos que lo pida el cliente, que en estos casos suelen ser particulares. Partes de la documentación y documentas todos tus pasos para que no haya dudas sobre la intervención».
En la facultad fue profesora de restauración de arte contemporáneo, en cuyas obras cabe todo lo que el artista quiera, arena, ramas, caucho, papel de periódico, cartones cogidos de la calle o un cubrecamas, como en el caso de Rauschenberg. Un desafío que Bustinduy experimentó con la portada de un catálogo surrealista en cuya portada, de Marcel Duchamp, aparece un pecho de mujer de gomaespuna con la frase 'Prier de toucher', se ruega tocar. Se imprimieron cien ejemplares, que incluían litografías de Miró y de Max Ernst, entre otros, de los que sólo quedan cuatro.
«La gomaespuma aparecía completamente desmigada, rígida, y en algunos puntos con un ablandeamiento excesivo. En el análisis aparecieron restos de pregnanoma, elemento que aparece en la orina de las mujeres embarazadas, sin duda un juego de Duchamp», relata. Probaron diversas soluciones para que la espuma volviera a su ser y al final, por pura experimentación y con «mucho riesgo», dieron con un adhesivo muy potente que hacía se ablandara, se hinchara y se consolidara al secarse.
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