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Es una película de corte experimental que dura 50 minutos y se exhibe en cuatro pantallas. Mantiene la tensión hasta el final, con explosiones aterradoras, pero los espectadores no ponen cara de velocidad porque no se trata de ciencia ficción. La cinta se titula 'Fuera de control. Informes sobre la bomba atómica' y se proyecta en inglés y japonés, con subtítulos en castellano. La directora y responsable del guion, Beatriz Caravaggio –el apellido es un alias artístico–, se basa en hechos reales del pasado, con los ojos puestos en el presente y el futuro. Nadie tiene una bola de cristal pero el mensaje del filme es claro. El peligro nuclear, que ahora reposa en sarcófagos de metal, como una momia a la espera de la hora del horror, es una herencia que se debe gestionar sin secretismos ni paranoias. El mundo entero debe estar informado. Hay demasiado en juego.
El Bellas Artes acoge hasta el 2 de junio la proyección de este trabajo, con música electrónica del compositor danés Klaus Nielsen y ambientación sonora de Pelayo Gutiérrez. Toda la banda sonora, incluidas las voces en off, arropa discretamente las imágenes en blanco y negro o en color que la videoartista, nacida en Oviedo y licenciada en Filología Inglesa, con estudios de música y cine, ha obtenido de los almacenes de archivos desclasificados, la mayor parte ubicados en Estados Unidos. «Gracias a las fuentes norteamericanas he conseguido, por ejemplo, grabaciones de los ensayos nucleares soviéticos y chinos», desvela Caravaggio, que ha llegado a recopilar más de cuatro horas de material gráfico. «Para la película me he limitado a 16 detonaciones pero podrían ser muchísimas más». Tras la masacre de 200.000 personas en Hiroshima y Nagasaki, la carrera armamentística se disparó y se llevaron a cabo más de 2.000 pruebas nucleares a iniciativa de EE UU, la extinta URSS, el Reino Unido, Francia, China, India, Pakistán y Corea del Norte.
«Beatriz eligió la temática y el enfoque. A diferencia de otras obras, se abarca la problemática ampliamente y con profundidad», recalca Juan Pujol, director de Comunicación Socioeconómica y Cultural de la Fundación BBVA, la entidad que ha respaldado de principio a fin la película, gestada antes de la irrupción de la pandemia y la invasión de Ucrania. Ahora bien, aunque Caravaggio no haya tomado como fuente de inspiración la incertidumbre global de los últimos cuatro años, es consciente de que hay una corriente de opinión que actualmente revaloriza trabajos como el suyo. ¿Cómo consensuar los límites de la ciencia cuando el progreso amenaza la vida en el planeta? Es una pregunta que ha vuelto a ponerse de actualidad por los avances en la Inteligencia Artificial y la cascada de conflictos bélicos, cada vez más cerca de Occidente.
«Cuando hay amenaza de peligro existencial, hay que promover el diálogo de la ciencia con las humanidades, el arte, la filosofía y las religiones», razona Caravaggio. Más allá de su opinión personal, lo cierto es que la película no adoctrina ni cae en el sensacionalismo o la truculencia. Solo hay que mirar y escuchar. Cada espectador saca sus propias conclusiones al ver la evacuación de la población del atolón Bikini, en el Océano Pacífico, con falsas promesas de que podrían volver a sus hogares tras la prueba nuclear. También impactan los festejos de la población china después de su primera detonación en Lor Pur, entre los desiertos Taklamakán y Gobi, al noroeste de la República Popular.
La película pone el foco en los contrastes: por un lado, la meticulosidad del trabajo científico, un mundo de épica intelectual y continuas metas; por otro lado, la devastación, el caos, muerte y dolor humano. En palabras de Miguel Zugaza, «es un friso monumental y realista en el que se cruzan dramáticamente nuestro asombro ante los sublime y la visión del horror de la guerra».
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