Imposible etiquetar a un director de orquesta como Nacho de Paz (Oviedo, 1974), con pasado de batería de heavy metal y un sentido del ritmo brutal. Tiene un sentido del fraseo muy apegado a la lógica interna de la música, al estilo de Jimi Hendrix ... y The Who. Formado en Barcelona, Frankfurt, París y Lucerna, se curtió a la vera de maestros de la batuta como Arturo Tamayo y Pierre Boulez, con una trayectoria que da prioridad a la creación contemporánea de los siglos XX y XXI. Aunque también conecta con genios como Rossini y Mendelssohn. «Me encanta experimentar. Siempre he sido un completo 'friki'», advierte este músico total, mientras cena y habla por teléfono, después de un ensayo con la Orquesta Sinfónica de Bilbao.
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Ahora está calentando motores para afrontar el desafío de mañana en el Teatro Arriaga. Después de 'Nosferatu' y 'Metrópolis', ha llegado el momento de dirigir la banda sonora de 'La muerte de Sigfrido'. Y lo hará con el mejor telón de fondo: mientras lleva las riendas de la BOS, la película de Fritz Lang se proyectará en pantalla gigante con más lustre que nunca. Literalmente. «Estrenaremos la versión restaurada en España. ¡Alta definición, máxima calidad! Una delicia para los cinéfilos. Y, cómo no, la música en directo le dará el empaque que se merece. La partitura de Gottfried Huppertz, posromántica, un poco en la línea de Richard Strauss, tiene más de 2.000 anotaciones para que la sincronización entre imagen y sonido sea perfecta», recalca el director asturiano.
Por si no bastara, un cronómetro con señales de luz le ayudará a mantener un control total del ritmo. «No me permito ni el más mínimo desfase. Un segundo de más o de menos es un abismo... Tengo en mi repertorio la banda sonora de trece películas y sé lo que me digo. Además, estoy especialmente motivado. Esta es la primera vez que me enfrento a 'La muerte de Sigfrido'». Así las cosas, parece que el doble espectáculo está garantizado: en la pantalla y en el escenario no faltarán situaciones límite, épica y sacrificio. «Ver a los músicos en acción será excitante, ja, ja. A la gente le gusta tenernos delante. Me alegra muchísimo saber que, en esta ocasión, no estaremos en el foso. Mantendremos las distancias necesarias y, de paso, ofreceremos un 'plus' de energía». El clásico del cine alemán dura 160 minutos y se ofrecerá con una pequeña pausa al cabo de hora y media. Data de 1924 y lógicamente es una película muda. Pero mantiene intacto su magnetismo. «Derrocha estilo y fantasía. Ha envejecido de maravilla».
Mucho antes de convertirse en una vaca sagrada del cine negro en Hollywood, el director de cine vienés (y judío) lo dio todo en esta superproducción para mayor gloria de la mitología nórdica y germana. Hay un héroe rubísimo, un dragón, dos mujeres (la morena es la mala) y un canto a la belleza y la naturaleza. «La historia no termina bien, pero así es la vida. Ni siquiera Sigfrido puede librarse del destino». Es un filme con una fotografía imponente y un sentido del espacio que no tiene límites. Lang tenía formación de arquitecto y se nota.
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obra de Gottfried huppertz
La proyección de la película forma parte de la programación especial del Arriaga vinculada a la muestra 'Los locos años 20' que acoge el Guggenheim con puesta en escena de Calixto Bieito. La efervescencia de la República de Weimar, los ideales y arquetipos de la mentalidad germana, sus prejuicios y temores, palpitan en cada fotograma. Eso sí, sin la música de Richard Wagner como banda sonora, que muy bien podría haber sido la primera opción. No lo fue porque Lang, pese a ser vienés, no tenía especial apego por la música clásica y mucho menos por el compositor de 'El anillo del nibelungo'.
«Gottfried Huppertz hizo un gran trabajo. Los guiños a Wagner son contados y se amoldó al ritmo del guion de Thea von Harbou, que era mujer de Lang y una escritora de pulso vigoroso. En la trama no hay dioses. El protagonista es un hombre y los personajes femeninos condicionan la historia». Fritz, Thea y Gottfried -treintañeros y ambiciosos- se entendían a las mil maravillas cuando se ponían manos a la obra. Hasta que Adolf Hitler (profundo admirador de Lang) se interpuso en el camino. El director de cine, que no se dejó influir por los halagos del Führer ni de Goebbels, se marchó a Estados Unidos en 1934. Por su parte, Thea von Harbou y Gottfried Huppertz decidieron quedarse en Alemania y se afiliaron al partido nazi. No volvieron a verse, pero ninguno renegó del filme. Sabían que era muy bueno.
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