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Horizonte despejado para el presupuesto y la legislatura de Pedro Sánchez, con la ayuda inestimable de Esquerra Republicana. Y todo ello a cambio de endosarle a Netflix y demás plataformas digitales unas cuotas lingüísticas en su producción y en su oferta. Sorprendente prioridad en el ... cambalache presupuestario, toda vez que había materias políticas de mayor enjundia. El apaño prevé que la futura Ley del Audiovisual exigirá que el 6% de las películas producidas por las plataformas digitales lo serán en lenguas cooficiales. También, sí, la obligatoriedad de ofertar doblajes en lenguas cooficiales cuando existieran en catálogo y, lo que es más importante, un porcentaje también obligatorio para producciones en lenguas cooficiales sobre el actual 5% que tienen que destinar las televisiones y las plataformas a las inversiones en cine europeo.
En otras palabras, Sánchez y Rufián no han hecho sino sembrar el futuro del negocio audiovisual con cuotas, impuestos e intervencionismos. Cierto que las lenguas cooficiales deben de ser protegidas y promovidas como patrimonio cultural o como elementos de cohesión social. Y verdad también que en Europa aún se mantiene la llamada 'excepción cultural', es decir, la exención a la liberalización en el comercio internacional que permite mantener políticas activas de promoción y protección de la lengua y las culturas locales. Esto último es lo que justifica la exigencia comunitaria de una inversión obligatoria en cine europeo y también las cuotas pactadas al alimón por Sánchez y Rufián.
Pero el problema es que la 'excepción cultural' se ha convertido con el tiempo en un coladero para el proteccionismo y las cuotas en un embozo descarado para proteger empresas afines. Naturalmente la calidad y los gustos del espectador son con este sistema asuntos secundarios, lo mismo que las cuotas de Sánchez y Rufián un estímulo para que Netflix y demás plataformas acaben planteándose reducir o frenar su inversión creciente en España, convirtiendo en papel mojado el sueño gubernamental de un 'hub cinematográfico español'.
Cultura popular
Un perfume de elegancia minimalista, un nuevo vocabulario olfativo. Cien años ya del Chanel Nº 5, el aniversario de un éxito comercial y longevo, pero también la celebración de un icono de la cultura popular. Porque en la memoria colectiva están las dos gotas nocturnas de Marilyn Monroe, como cita para la posmodernidad de una erótica olfativa. Y también el frasco convertido por Warhol y los 'mass media' en joya artística de la contemporaneidad, aunque su simpleza geométrica quizás encaje mejor con una licorera de diseño minimal. Después la publicidad lo ha vinculado a Lauren Hutton, Catherine Deneuve, Audrey Tautou… Pero su inspiración en los años 20 estaba más en ese mundo de estética sensual y vanguardista de Chanel, con Cocteau, Picabia, Stravinski, Dalí, Diaghilev... Cien años a base de jazmín, ylang ylang, iris y ochenta ingredientes más. Olor único e intemporal.
Cine
El protagonismo de Ridley Scott esta semana es doble. Por un lado, estrena su película sobre la malquerencia y el asesinato de encargo en la familia Gucci, mientras que por otro clama contra los 'millennials' por el fracaso comercial de su otra película en cartelera, 'El último duelo', cuya recaudación solo está alcanzando una cuarta parte de la inversión en su producción. Scott tiene razón cuando se queja de la excesiva entrega de los 'millennials' a las redes sociales y a las plataformas digitales, aunque también se equivoca si piensa que son los únicos responsables de la actual crisis del cine. Es verdad que la presencia semanal de los 'millennials' en las salas ha caído desde el 18% antes de la pandemia al actual 8%, pero también se ha incrementado exponencialmente el porcentaje de los 'baby boomers' -los mayores de 57-, que nunca van al cine. El futuro del negocio seguramente está en los 'millennials', en la generación 'Z' y en los nuevos hábitos del consumo audiovisual, pero nunca es inteligente echar la culpa a alguien por un fracaso comercial.
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